martes, 21 de febrero de 2012

Amante Oscuro - Capitulo 5 - Capitulo 6


Así es como yo imagino a Wrath el modelo es Derek Jupiter es el tipo perfecto con esa melena y todo, quede re O.o cuando lo vi en la tele dije no!!!! ese es Wrath!!! en casa me miraron con una cara diciendo (Que le pasa a esta) estalle y busque fotos del tipo espero que les guste mi modelo y poco a poco voy a ir subiendo fotos de como me imagino a cada "Protagonista de la historia.




Capítulo 5
Beth se había puesto su atuendo nocturno, consistente en unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, y estaba abriendo el futón cuando Boo empezó a maullar en la puer¬ta corredera de cristal. El gato daba vueltas en un estrecho círcu¬lo, con los ojos fijos en algo que había en el exterior.
-¿Quieres pelear otra vez con el minino de la señora Gio? Ya lo hemos hecho una vez y el resultado no fue muy bueno, ¿re¬cuerdas?
Unos golpes en la puerta principal le hicieron girar la ca¬beza con un sobresalto.
Se dirigió allí y acercó un ojo a la mirilla. Cuando vio quién estaba al otro lado, se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la madera.
Los golpes volvieron a oírse.
-Sé que estás ahí -dijo el Duro-. Y no pienso mar¬charme.
Beth descorrió el cerrojo N, abrió la puerta de golpe. An¬tes de que pudiera decirle que se fuera al diablo, pasó a su lado y entró.
Boo arqueó el lomo y siseó.
-Yo también estoy encantado de conocerte, pantera ne¬gra. -El vozarrón atronador de Butch parecía totalmente fuera de lugar en su apartamento.
-¿Cómo has entrado en el edificio? -preguntó ella mien¬tras cerraba la puerta.
-Forcé la cerradura.
-¿Hay alguna razón en particular para que hayas decidi¬do irrumpir en este edificio, detective?
Él se encogió de hombros y se sentó en un andrajoso sillón. -Pensé que podía visitara una amiga.
-¿Entonces por qué me molestas a mí?
-Tienes un bonito apartamento -dijo él, mirando sus cosas.
-Vaya mentiroso.
-Oye, por lo menos está limpio. Que es más de lo que puedo decir de mi propio cuchitril. -Sus oscuros ojos castaños la miraron directamente a la cara-. Ahora, hablemos de lo que sucedió cuando saliste del trabajo esta noche, ¿quieres?
Ella cruzó los brazos sobre el pecho. Él se rió entre dientes.
-Dios, ¿qué tiene José que no tenga yo? -¿Quieres lápiz y papel? La lista es larga.
-Auch. Eres fría, ¿lo sabías? -Su tono era divertido--. Dime, ¿sólo te gustan los que no están disponibles? -Escucha, estoy agotada...
-Sí, saliste tarde del trabajo. A las nueve y cuarenta y cinco, más o menos. Hablé con tu jefe. Dick me dijo que toda¬vía estabas en tu mesa cuando él se marchó a Charlie's. Viniste a tu casa caminando, ¿no? Por la calle Trade seguramente, pre¬sumo, como haces todas las noches. Y durante un buen rato, ibas sola.
Beth tragó saliva cuando un leve ruido hizo que desviara la mirada hacia la puerta corredera de cristal. Boo había empeza¬do de nuevo a ir de un lado a otro y a maullar, escudriñando al¬go en la oscuridad.
-Ahora, ¿me contarás qué ocurrió cuando llegaste al cru¬ce de Trade y la Diez? -Su mirada se suavizó.
-¿Cómo sabes...?
-Dime lo que pasó, y te prometo que me cercioraré de que ese hijo de perra tenga lo que se merece.
Wrath permaneció inmóvil, sumergido en las sombras de la se¬rena noche, mirando fijamente la silueta de la hija de Darius. Era alta para una hembra humana, y su cabello era negro, pero eso era todo lo que podía percibir con sus pobres ojos. Respiró el ai¬re de la noche, pero no pudo captar su olor. Sus puertas y ven¬tanas estaban cerradas, y el viento que soplaba del oeste traía el olor afrutado de la basura putrefacta.
Pero podía escuchar el murmullo de su voz a través de la puerta cerrada. Estaba hablando con alguien. Un hombre en quien ella, aparentemente, no confiaba, o no le agradaba, porque sólo pronunciaba monosílabos.
-Procuraré que esto te resulte lo más fácil posible -de¬cía el hombre.
Wrath vio cómo la muchacha se acercaba y miraba hacia fuera a través de la puerta de cristal. Sus ojos estaban fijos en él, pero sabía que no podía verlo. La oscuridad lo envolvía por com¬pleto.
Beth abrió la puerta y asomó la cabeza, impidiendo con el pie que el gato saliera al exterior.
Wrath sintió que su respiración se hacía más lenta al per¬cibir el aroma de la mujer. Olía verdaderamente bien. Corno una flor exquisita. Quizás corno esas rosas que florecen por la noche. Introdujo más aire en sus pulmones y cerró los ojos al tiempo que su cuerpo reaccionaba y su sangre se agitaba. Darius estaba en lo cierto; se acercaba a su transición. Podía olfatearlo en ella. Mestiza o no, iba a producirse su transformación.
Beth deslizó la puerta mientras se giraba hacia el Hom¬bre. Su voz era mucho más clara con la puerta abierta, y a Wrath le gustó su ronco sonido.
-Se me acercaron desde el otro lado de la calle. Eran dos. El más alto me arrastró hacia el callejón y... -El vampiro prestó atención de inmediato-. Traté de defenderme con todas mis fuerzas, pero él era más corpulento que yo, y además su amigo me sujetó los brazos. -Empezó a sollozar-. Me dijo que me cor¬taría la lengua si gritaba. Pensé que iba a matarme, en serio. Lue¬go me rasgó la blusa y tiró del sujetador hacia arriba. Estuve muy cerca de que me... Pero conseguí liberarme y corrí. Tenía los ojos azules, cabello castaño y un pendiente en la oreja izquierda. Lle-vaba un polo azul oscuro y pantalones cortos de color caqui. No pude ver bien sus zapatos. Su amigo era rubio, cabello corto, sin pendientes, vestido con una camiseta blanca con el nombre de esa banda local, los Comedores de Tomates.
El hombre se levantó y se le acercó. La rodeó con un bra¬zo, tratando de atraerla contra su pecho, pero ella retrocedió apartándose de él.
-¿De verdad piensas que podrás atraparlo? -preguntó. El hombre asintió.
-Sí, por supuesto que sí.
Butch salió del apartamento de Beth Randall de mal humor. Ver a una mujer que había sido golpeada en la cara no era una parte de su trabajo que le gustara. Y en el caso de Beth lo encontra¬ba particularmente perturbador, porque la conocía desde hacía bas¬tante tiempo y se sentía algo atraído por ella. El hecho de que fuera una mujer extraordinariamente hermosa no hacía las cosas más fá¬ciles. Pero el labio inflamado y los cardenales alrededor de la gar¬ganta eran daños evidentes frente a la perfección de sus facciones. Beth Randall era absolutamente preciosa. Tenía el negro cabello largo y abundante, unos ojos azules con un brillo impo¬sible, una piel color crema y una boca hecha exactamente para el beso de un hombre. Y vaya cuerpo: piernas largas, cintura es¬trecha y senos perfectamente proporcionados.
Todos los hombres de 1a comisaría estaban enamorados de ella, y Butch tuvo que reconocer que tenía un enorme mérito: nunca usaba su atractivo para obtener información confidencial de los muchachos. Lo manejaba todo a un nivel muy profesional. Nunca había tenido una cita con ninguno de ellos, aunque la ma¬yoría habría renunciado a su testículo izquierdo por sólo cogerla de la mano.
De una cosa sí estaba seguro: su atacante había cometido un tremendo error al elegirla. Toda la fuerza policial saldría en persecución de aquel imbécil en cuanto averiguaran su identidad. Y Butch tenía una boca muy grande.
Subió a su coche y condujo hasta las instalaciones del Hos¬pital Saint Francis, al otro lado de la ciudad. Aparcó sobre el bor¬dillo de la acera frente a la sala de urgencias y entró.
El guardia de la puerta giratoria le sonrió.
-¿Se dirige al depósito, detective? -No. Vengo a visitar a un amigo. El hombre asintió y se apartó.
Butch atravesó la sala de espera de urgencias con sus plantas de plástico, revistas con las páginas arrancadas y personas con ca¬ra de preocupación. Empujó unas puertas dobles y se dirigió al estéril y blanco entorno clínico. Saludó con una ligera inclinación de cabe¬za a las enfermeras y médicos que conocía y se acercó al control. -Hola, Doug, ¿recuerdas al tipo que trajimos con la nariz rota?
El empleado levantó la vista de un gráfico que estaba mi¬rando.
-Sí, están a punto de darle el alta. Se encuentra atrás, ha¬bitación veintiocho. -El internista soltó una risita-. Lo de la nariz era el menor de sus problemas. No cantará notas bajas du¬rante algún tiempo.
-Gracias, amigo. A propósito, ¿cómo va tu esposa? -Bien. Dará a luz en una semana.
-Avísame cuando nazca el niño.
Butch se dirigió a la parte de atrás. Antes de entrar en la habitación veintiocho, revisó el pasillo con la mirada en ambas direcciones. Todo tranquilo. No había personal médico a la vis¬ta, ni visitantes, ni pacientes.
Abrió la puerta y asomó la cabeza.
Billy Riddle levantó la mirada desde la cama. Un vendaje blanco le subía por la nariz, como si estuviera evitando que se le saliera el cerebro.
-¿Qué pasa, oficial? ¿Ya ha encontrado al individuo que me golpeó? Van a darme de alta y me sentiría mejor sabiendo que lo tiene bajo custodia.
Butch cerró la puerta y corrió el cerrojo silenciosamente. Sonrió mientras cruzaba la habitación fijándose en el pen¬diente de diamantes cuadrado que el sujeto lucía en el lóbulo izquierdo.
-¿Cómo va esa nariz, Billy?
-Bien. Pero la enfermera se ha portado como una bruja... Butch cogió su polo y lo arrojó a sus pies. Luego lanzó al atacante de Beth contra la pared, con tanta fuerza que la ma¬quinaria ubicada detrás de la cama se bamboleó.
Butch acercó tanto su cara a la del joven que podían ha¬berse besado.
-¿Te divertiste anoche?
Los grandes ojos azules se encontraron con los suyos. -¿De qué está hablan...?
Butch lo estrelló de nuevo contra la pared.
-Alguien te ha identificado. La mujer a la que trataste de violar.
-¡No fui yo!
-Claro que fuiste tú. Y si tengo en cuenta tu pequeña amenaza sobre su lengua con tu cuchillo, podría ser suficiente para enviarte a Dannemora. ¿Alguna vez has tenido novio, Billy? Apuesto a que serás muy popular. Un bonito chico blanco co¬mo tú.
El sujeto se puso tan pálido como las paredes. -¡No la toqué!
-Te diré una cosa, Billy. Si eres sincero contraigo y me dices dónde está tu amigo, es posible que salgas caminando de aquí. De lo contrario, te llevaré a la comisaría en una camilla.
Billy pareció considerar el trato unos instantes, y luego las palabras salieron de su boca con extraordinaria rapidez: -¡Ella lo deseaba! Me rogó...
Butch levantó la rodilla y la presionó contra la entrepier¬na de Billy. Un chillido salió de su garganta.
-¿Por eso tendrás que orinar sentado toda esta semana? Cuando el matón empezó a farfullar, Butch lo soltó y ob¬servó cómo se deslizaba lentamente hasta el suelo. Al ver relucir las esposas, su gimoteo cobró intensidad.
Butch le dio vuelta bruscamente y sin mayores considera¬ciones le colocó las esposas.
-Estás arrestado. Cualquier cosa que digas puede, y se¬rá, usada en tu contra en un tribunal. Tienes derecho a un abo¬gado...
-¿Sabe quién es mi padre? -gritó Billy como si hubiera conseguido tomar aire durante un segundo-. ¡Él hará que le des¬pidan!
-Si no puedes pagarlo, se te proporcionará uno. ¿En¬tiendes estos derechos que te he indicado?
-¡A la mierda!
Billy gimió y asintió con la cabeza, dejando una mancha de sangre fresca sobre el suelo.
-Bien. Ahora vamos a arreglar el papeleo. Detestaría no seguir el procedimiento apropiado.

Capítulo 6
Boo! ¿Puedes dejar de hacer eso? -Beth le dio un golpe a la almohada y giró sobre sí misma para poder ver al gato.
El animal la miró y maulló. Con el resplandor de la luz de la cocina, que había dejado encendida, lo vio dando zarpazos en dirección a la puerta de cristal.
-Ni lo sueñes, Boo. Eres un gato doméstico. Confía en mí, el aire libre no es tan bueno como parece.
Cerró los ojos, y cuando ovó el siguiente maullido lasti¬mero, soltó una maldición y arrojó las sábanas a un lado. Se di¬rigió hasta la puerta y escudriñó el exterior.
Fue entonces cuando vio al hombre. Estaba de pie junto al muro trasero del patio, una silueta oscura mucho más grande que las otras sombras, ya familiares, que proyectaban los cubos de ba¬sura y la mesa de picnic cubierta de musgo.
Con manos temblorosas revisó el cerrojo de la puerta y luego pasó a las ventanas. Ambas estaban aseguradas también. Bajó las persianas, cogió el teléfono inalámbrico y regresó al lado de Boo.
El hombre se había movido. ! Mierda!
Venía hacia ella. Revisó de nuevo el cerrojo y, retrocedió, tropezando con el borde del futón. Al caer, el teléfono se soltó de su mano, saltando lejos. Se golpeó fuertemente contra el col¬chón, lo que hizo que su cabeza rebotara debido al impacto. Increíblemente, la puerta corredera se abrió como si nun¬ca hubiera tenido el cerrojo puesto, como si ella nunca hubiera cerrado el pasador.
Aún yaciendo sobre su espalda, agitó las piernas violenta¬mente, enredando las sábanas al tratar de empujar su cuerpo pa¬ra alejarse de él. Era enorme, sus hombros anchos como vigas, sus piernas tan gruesas como el torso de la muchacha. No podía ver su cara, pero el peligro que emanaba de él era como una pis¬tola apuntando hacia su pecho.
Rodó al suelo entre gemidos y gateó para alejarse, arañán¬dose las rodillas y las manos contra el duro suelo de madera. Las pisadas del hombre detrás de ella resonaban como truenos, cada vez más cerca. Encogida como un animal, cegada por el miedo, chocó contra la mesa del pasillo y no sintió dolor alguno.
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mien¬tras imploraba piedad, tratando de llegar a la puerta principal... Beth despertó. Tenía la boca abierta y un alarido terrible rompía el silencio del amanecer.
Era ella. Estaba gritando con toda la tuerza de sus pulmones. Cerró firmemente los labios, y de inmediato los oídos de¬jaron de dolerle. Saltó de la cama, fue hasta la puerta del patio y, saludó los primeros rayos del sol con un alivio tan dulce que casi se marea. Mientras los latidos de su corazón disminuían, res¬piró profundamente y revisó la puerta.
El cerrojo estaba en su lugar. El patio vacío. Todo estaba en orden.
Se rió por lo bajo. No era extraño que tuviera pesadillas después de lo que había sucedido la noche anterior. Seguramen¬te iba a sentir escalofríos durante algún tiempo.
Se dio la vuelta y se dirigió a la ducha. Estaba agotada, pe¬ro no quería quedarse sola en su apartamento. Anhelaba el bullicio del periódico, quería estar junto a todos sus compañeros, telé¬fonos y papeles. Allí se sentiría más segura.
Estaba a punto de entrar en el baño cuando sintió una pun¬zada de dolor en el pie. Levantó la pierna y extrajo un pedazo de cerámica de la áspera piel del talón. Al inclinarse, encontró el jarrón que tenía sobre la mesa hecho añicos en el suelo.
Frunciendo el ceño, recogió los trozos.
Lo más probable era que lo hubiera tirado cuando entró la primera vez, después de haber sido atacada.
Cuando Wrath descendió a las profundidades de la tierra bajo la mansión de Darius, se sentía agotado. Cerró la puerta con lla¬ve tras él, se desarmó, y sacó un ajado baúl del armario. Abrió la tapa, gruñendo mientras levantaba una losa de mármol negro. Medía casi un metro cuadrado y tenía diez centímetros de gro¬sor. La colocó en medio de la habitación, volvió al baúl y reco¬gió una bolsa de terciopelo, que arrojó sobre la cama.
Se desnudó, se duchó y se afeitó y luego volvió desnudo a la habitación. Cogió la bolsa, desató la cinta de satén que la ce¬rraba, y sacó unos diamantes sin tallar, del tamaño de guijarros, sobre la losa. La bolsa vacía resbaló de su mano al suelo.
Inclinó la cabeza y pronunció las palabras en su lengua materna, haciendo subir y bajar las sílabas con la respiración, rin¬diendo tributo a sus muertos. Cuando terminó de hablar, se arrodilló sobre la losa, sintiendo las piedras cortándole la carne. Des¬plazó el peso de su cuerpo a los talones, colocó las palmas de las manos sobre los muslos y cerró los ojos.
El ritual de muerte requería que pasara el día sin moverse, soportando el dolor, sangrando en memoria de su amigo. Mentalmente, vio a la hija de Darius.
No debía haber entrado en su casa de esa forma. Le ha¬bía dado un susto de muerte, cuando lo único que quería era pre¬sentarse y explicarle por qué iba a necesitarlo pronto. También había planeado decirle que iba a perseguir a ese macho humano que se había propasado con ella.
Sí, había manejado la situación maravillosamente. Con la delicadeza de un elefante en una cacharrería.
En el instante en que entró, ella enloqueció de terror. Ha¬bía tenido que despojarla de sus recuerdos y sumergirla en un li¬gero trance para calmarla. Cuando la hubo depositado sobre la cama, su intención había sido marcharse de inmediato, pero no pudo hacerlo. Permaneció cerca de ella, evaluando el difuso con¬traste entre su cabello negro y la blanca funda de la almohada, in¬halando su aroma.
Sintiendo un cosquilleo sexual en las entrañas.
Antes de irse, se había cerciorado de que las puertas y ven¬tanas quedaran aseguradas. Y luego se había vuelto a mirarla una vez más, pensando en su padre.
Wrath se concentró en el dolor que va se estaba adueñan¬do de sus muslos.
Mientras su sangre teñía de rojo el mármol, vio el rostro de su guerrero muerto y sintió el vínculo que habían comparti¬do en vida.
Tenía que hacer honor a la última voluntad de su herma¬no. Era lo menos que le debía a aquel macho por todos los años que habían servido juntos a la raza.
Mestiza o no, la hija de Darius nunca más volvería a ca¬minar por la noche desprotegida. Y no pasaría sola por su tran¬sición.
Que Dios la ayudara.
Butch terminó de fichar a Billy Riddle alrededor de las seis de la mañana. El individuo se había mostrado muy ofendido porque lo había puesto en la celda con traficantes de drogas y, delincuentes, así que Butch puso mucho cuidado en cometer tantos errores tipográficos como le fue posible en sus informes. Y para su sor¬presa, la central de procesamiento de datos se confundía conti¬nuamente sobre la clase de formularios que debían ser cubiertos con exactitud.
Y después, todas las impresoras se estropearon. Las veintitrés que había.
A pesar de todo, Riddle no pasaría mucho tiempo en la comisaría. Su padre era en verdad un hombre poderoso, un se¬nador. Así que un elegante abogado le sacaría de allí en un abrir y cerrar de ojos. No creía que pudiera retenerle más de una hora. Porque así actuaba el sistema judicial para algunos. El di¬nero manda, permitiendo a los canallas salir en libertad.
A Butch no le quedó más remedio que reconocer con amar¬gura que ésa era la realidad.
Al salir al vestíbulo, se encontró con una de las habituales visitantes nocturnas de la comisaría. Cherry Pie acababa de ser liberada de los calabozos femeninos. Su verdadero nombre era Mary Mulcahy, y por lo que Butch había oído, trabajaba en las calles desde hacía dos años.
-Hola, detective-ronroneó. La barra de labios roja se había concentrado en las comisuras de su boca, y el rimel negro formaba un manchón alrededor de sus ojos. Seguramente su aspecto mejoraría y sería bonita, pensó él, si dejaba la pipa de crack y dormía durante todo un mes-. ¿Se va a su casa solo? -Como siempre. -Sostuvo la puerta abierta para ella al salir.
-¿No se le cansa la mano izquierda después de un tiempo? Butch se rió mientras ambos se detenían y levantó la vista hacia las estrellas.
- ¿Cómo te va, Cherry? -Siempre bien.
Se puso un cigarrillo entre los labios y lo encendió mien¬tras lo miraba.
-Si le salen demasiados pelos en la palma de la mano, pue¬de llamarme. Se lo haré gratis, porque usted es un hijo de perra muy bien parecido. Pero no le diga a mi chulo que le he dicho eso.
Soltó una nube de humo y, con expresión ausente, se to¬có con el dedo su oreja izquierda desgarrada. Le faltaba la mi¬tad superior.
Dios, ese proxeneta era todo un perro rabioso. Empezaron a bajar los escalones.
-¿Ya has consultado ese programa del que te hablé? -pre¬guntó Butch cuando llegaron a la acera. Estaba ayudando a un amigo a poner en marcha un grupo de apoyo para prostitutas que quisieran liberarse de sus proxenetas y llevar otra vida.
-Ah, sí, claro. Buena cosa. -Le lanzó una sonrisa-. Lo veré después.
-Cuídate.
Ella le dio la espalda, dándose una palmada en la nalga de¬recha.
-Piénselo, esto puede ser suyo.
Butch la observó contonearse calle abajo durante un rato. Luego se dirigió a su coche, y siguiendo un impulso, condujo hasta el otro lado de la ciudad, volviendo al barrio de Screamer's. Aparcó frente a McGrider's. Unos quince minutos después una mujer enfundada en unos ajustados vaqueros y un top negro sa¬lió del cuchitril. Parpadeó como si fuera miope ante la brillante luz. Cuando vio el coche, se sacudió su cabellera castaña y fue caminando hacia él. Butch abrió la ventanilla y ella se inclinó, be¬sándolo en los labios.
-Cuánto tiempo sin verte. ¿Te sientes solitario, Butch? -dijo ella apretada contra su boca.
Olía a cerveza rancia y a licor de cerezas, el perfume de to¬do cantinero al final de una larga noche.
-Entra -dijo él.
La mujer rodeó el coche por el frente y se deslizó junto a él. Habló de cómo le había ido durante la noche mientras él con¬ducía hasta la orilla del río, contándole lo decepcionada que es taba porque las propinas otra vez habían sido escasas y que los pies la estaban matando de tanto ir de un lado a otro de la barra. Estacionó bajo uno de los arcos del puente que cruzaba el río Hudson y unía las dos mitades de Caldwell, cerciorándose de quedar a suficiente distancia de los indigentes acostados sobre sus improvisadas camas de cartones. No había necesidad de tener pú¬blico.
Y había que reconocer que Abby era rápida. Ya le había desabrochado los pantalones y manipulaba su miembro erecto con embates firmes antes de que él hubiera apagado el motor. Mientras empujaba hacia atrás el asiento, ella se subió a horca¬jadas y le acarició el cuello con la boca. Él miró el agua, más allá de su sensual cabello rizado.
La luz del amanecer era hermosa, pensó cuando ésta inun¬dó la superficie del río.
-¿Me amas, cariño?-susurró ella a su oído. -Sí, claro.
Le alisó el cabello hacia atrás y la miró a los ojos. Esta¬ban vacíos. Podía haber sido cualquier hombre, por eso su rela¬ción funcionaba.
Su corazón estaba tan vacío como aquella mirada.

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