jueves, 15 de marzo de 2012

Concurso Aniversario

Blog: Meli Corbetto http://leyendo-vuelo.blogspot.com
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LEE ATENTAMENTE SOBRE EL CONCURSO!!!!

¡Concurso aniversario! :D
¡Hola, todo el mundo! ¿Cómo los trata esta mañana de jueves?
¡Yo les traigo este concurso aniversario que les va a encantar!

¿Qué se pueden ganar? Cualquiera de estos libros:



La primera hilera son libros de mi wishlist.
La segunda hilera son libros de mi wishlist pero están únicamente en INGLÉS
La tercer hilera son libros que leí y me gustaron mucho


Peroooooooo, decidí que el premio sea sorpresa. Por lo tanto, en el formulario van a dejarme una lista con los libros que quieren, sin saber cuántos ni cuáles yo les voy a estar mandando :D

Banner:





Bases:
-Cierra el 10 de mayo
-Internacional
- Un ganador

Puntos extras:
(opcionales)
+20 por invitar amigos al evento en facebook
+10 por hacer una entrada en tu blog
+5 por llevarte el banner
+5 por anunciarlo en facebook (acuérdense de publicarlo como público así puedo chequearlo)
+5 por anunciarlo en twitter (@melicorbetto)
+10 por ser seguidor viejo del blog
+5 por ser seguidor nuevo (si seguías el blog ANTES de este concurso, sos seguidor viejo)
Los puntos extras funcionan como siempre (un número más para el sorteo cada cinco pts)

Algunas cosas a tener en cuenta:

En la lista aparecen libros que no están a la venta en la Argentina, por lo tanto esos libros van a ser adquiridos en Amazon o The book depository, dependiendo de la disponibilidad y de dónde cuesten menos. En caso de que elijas un libro que no está a la venta en mi país, y se de el caso de que ya no este disponible en Amazon, voy a comprarlo en TBD siempre y cuando envíe gratis a tu país.

Los libros no van a pasar por mis manos, sino que directamente serán enviados por las empresas (Tematika si está en Argentina o Amazon/TBD si no está disponible acá) Por lo tanto, me hago menos cargo que nunca si algo le ocurre al paquete en el transcurso de la tienda a tu casa.

Los premios a elegir SON LOS QUE SALEN EN LA IMAGEN, no pueden elegir otros. Esta vez, los libros van a salir totalmente de mi bolsillo así que tienen que elegir entre las opciones que les doy, porque son libros buenos, interesantes, hay para todos los gustos y yo no me salgo mucho del presupuesto ^^U

Por último, este concurso es para agradecerle a mis seguidores por su apoyo durante el primer año de Lee.Sueña.Vuela. Todo seguidor nuevo es bienvenido a participar también, pero la participación de todo aquel que se inscriba sin ser seguidor, quedará completamente anulada. A diferencia de sorteos anteriores, no van a tener la oportunidad de arreglar su condición de seguidores una vez que la lista de participantes sea publicada.

sábado, 10 de marzo de 2012

Amante Oscuro - Capitulo 7 - Capitulo 8

Hoy no hay foto porque no tengo mi Pen Drive encima y no quiero ir a buscarlo pero prometo una foto de mi forma de ver a Beth


Capítulo 7
Mientras el señor X cruzaba el aparcamiento y se di¬rigía a la Academia de Artes Marciales de Caldwell, captó el aroma del Dunkin Donuts al otro lado de la calle. Ese olor, ese sublime y denso aroma a harina, azúcar y aceite ca¬liente, impregnaba el aire matutino. Miró hacia atrás y vio a un hombre salir con dos cajas de color blanco y rosa bajo el bra¬zo y un enorme vaso de plástico con café en la otra mano.
Ésa sería una manera muy agradable de iniciar la maña¬na, pensó el señor X.
Subió a la acera que se extendía bajo la marquesina roja y dorada de la academia. Se detuvo un momento, se inclinó y re¬cogió un vaso de plástico desechado. Su anterior dueño había tenido cuidado de dejar un poco de soda en el fondo para apagar en él sus cigarrillos. Arrojó la desagradable mezcla al contenedor de basura y abrió el seguro de las puertas de la academia.
La noche anterior, la Sociedad Restrictiva se había marca¬do un tanto en la guerra, y él había sido el artífice de semejante hazaña. Darius había sido un líder vampiro, miembro de la Her¬mandad de la Daga Negra. Todo un endiablado trofeo.
Era una maldita pena que no hubiera quedado nada del ca¬dáver para colocarlo sobre una pared, pero la bomba del señor X había hecho el trabajo a la perfección. Él se encontraba en su casa escuchando la frecuencia de la policía cuando llegó el informe. La operación había salido tal como había planeado, per¬fectamente ejecutada, perfectamente anónima.
Perfectamente mortífera.
Trató de recordar la última vez que un miembro de la Her¬mandad había sido eliminado. Con seguridad, mucho antes de que él pasara a formar parte de la Sociedad, hacía algunas décadas. Y había esperado unas palmaditas en la espalda, no seme¬jantes elogios. Se había figurado incluso que le darían más com¬petencias, quizás una ampliación de su área de influencia, tal vez un radio geográfico de actuación más extenso.
Pero la recompensa..., la recompensa había sido mayor de lo esperado.
El Omega lo había visitado una hora antes del amanecer y le había conferido todos los derechos y privilegios como restric¬tor jefe.
Líder de la Sociedad Restrictiva.
Era una responsabilidad extraordinaria. Y exactamente lo que el señor X siempre había deseado.
El poder que le habían concedido era la única alabanza que le interesaba.
Se dirigió a su oficina a grandes zancadas. Las primeras cla¬ses comenzarían a las nueve. Tenía todavía suficiente tiempo para perfilar algunas de las nuevas reglas que debían acatar sus subor¬dinados en la Sociedad.
Su primer impulso, una vez que el Omega se hubo mar¬chado, fue enviar un mensaje, pero eso no habría sido sensato. Un líder organizaba sus pensamientos antes de actuar; no se apresuraría a subir al pedestal para ser adorado. El ego, después de to¬do, era la raíz de todo mal.
Por eso, en lugar de alardear como un imbécil, había sali¬do al jardín para sentarse a observar el césped que había detrás de su casa. Ante el incipiente resplandor del amanecer, había repasado los puntos fuertes y las debilidades de su organización, per¬mitiendo que su instinto le mostrara el camino para encontrar un equilibrio entre ambos. Del laberinto de imágenes y pensamientos habían surgido varias normas a seguir, N- el futuro se fue clarifi¬cando.
Ahora, sentado detrás de su escritorio, escribió la con¬traseña de la página web protegida de la Sociedad y allí dejó claro que se había producido un cambio de liderazgo. Ordenó a to¬dos los restrictores acudir a la academia a las cuatro, esa misma tarde, sabiendo que algunos tendrían que viajar, pero ninguno estaba a una distancia de más de ocho horas en coche. El que no asistiera sería expulsado de la Sociedad y perseguido como un perro.
Reunir a los restrictores en un solo lugar era raro. En aquel momento su número oscilaba entre cincuenta y sesenta miem¬bros, dependiendo de la cantidad de bajas que la Hermandad lo graba en una noche y el número de los nuevos reclutas que po¬dían ser enrolados en el servicio. Los miembros de la Sociedad se encontraban todos en Nueva Inglaterra y sus alrededores. Es¬ta concentración en el noreste de Estados Unidos se debía al predominio de vampiros en la zona. Si la población se traslada¬ba, también lo hacía la Sociedad.
Como había sucedido durante generaciones.
El señor X era consciente de que convocar a los restric¬tores en Caldwell para una reunión resultaba de vital importan¬cia. Aunque conocía a la mayoría de ellos, y a algunos bastante bien, necesitaba que ellos lo vieran, lo escucharan y lo calibraran, en especial si iba a cambiar sus objetivos.
Convocar la reunión a la luz del día también era impor¬tante, ya que eso garantizaba que no serían sorprendidos por la Hermandad. Y ante sus empleados humanos, fácilmente podía hacerla pasar por un seminario de técnicas de artes marciales. Se congregarían en la gran sala de conferencias del sótano y cerra¬rían las puertas con llave para no ser interrumpidos.
Antes de desconectarse, redactó un informe sobre la eli¬minación de Darius, porque quería que sus cazavampiros lo tuvieran por escrito. Detalló la clase de bomba que había utiliza do, la manera de fabricar una con muy pocos elementos y el mé¬todo para conectar el detonador al sistema de encendido de un coche. Era muy fácil, una vez que el artefacto estaba instalado. Lo único que había que hacer era armarla, y al accionar el con¬tacto, cualquiera que estuviera dentro del vehículo quedaría convertido en cenizas.
Para obtener ese instante de satisfacción, él había seguido al guerrero Darius durante un año, vigilándolo, estudiando todas sus costumbres diarias. Hacía dos días, el señor X había entrado furtivamente en el concesionario de BMW de los hermanos Gree¬ne, cuando el vampiro les había dejado su vehículo para una re-visión. Instaló la bomba, y la noche anterior había activado el de¬tonador con un transmisor de radio simplemente pasando al lado del coche, sin detenerse ni un segundo.
El largo y concentrado esfuerzo que había supuesto la or¬ganización de aquella eliminación no era algo que quisiera com¬partir. Quería que los restrictores creyeran que había podido ejecutar una jugada tan perfecta en un instante. La imagen de¬sempeñaba un importante papel en la creación de una base de po¬der, y él quería empezar a construir su credibilidad de mando de inmediato.
Después de desconectarse, se recostó en la silla, tambori¬leando con los dedos. Desde que se había unido a la Sociedad, el objetivo había sido reducir la población de vampiros por medio de la eliminación de civiles. Ésa seguiría siendo la meta general, por supuesto, pero su primer dictamen seria un cambio de tác¬tica. La clave para ganar la guerra era eliminar a la Hermandad. Sin esos seis guerreros, los civiles quedarían desnudos ante los restrictores, indefensos.
La táctica no era nueva. Había sido intentada durante ge¬neraciones pasadas Y descartada numerosas veces cuando los her¬manos habían demostrado ser demasiado agresivos o demasiado escurridizos para ser exterminados. Pero con la muerte de Darius, la Sociedad cobraba un nuevo impulso.
Y tenían que actuar de una manera diferente. Tal y como estaban las cosas, la Hermandad estaba aniquilando a cientos de restrictores cada año, lo que hacía necesario que las filas fueran engrosadas con cazavampiros nuevos e inexpertos. Los reclutas representaban un problema. Eran difíciles de encontrar, difíci¬les de introducir en la Sociedad y menos efectivos que los miem¬bros veteranos.
Esta constante necesidad de captación de nuevos miem¬bros condujo a un grave debilitamiento de la Sociedad. Los centros de entrenamiento como la Academia de Artes Marciales de Caldwell tenían como objetivo primordial seleccionar y reclutar hu¬manos para engrosar sus filas, pero también atraían mucho la aten¬ción. Evitar la injerencia de la policía humana y protegerse contra un ataque por parte de la Hermandad requería una continua vigilancia y una frecuente reubicación. Trasladarse de un lugar a otro era un trastorno constante, ¿pero cómo podía estar la So¬ciedad bien provista si los centros de operaciones eran atacados por sorpresa?
El señor X movió la cabeza con un gesto de fastidio. En algún momento iba a necesitar un lugarteniente, aunque por ahora prefería actuar en solitario.
Por fortuna, nada de lo que tenía pensado hacer era ex¬cesivamente complicado. Todo se reducía a una estrategia mi¬litar básica. Organizar las fuerzas, coordinarlas, obtener in formación sobre el enemigo y avanzar de una forma lógica y disciplinada.
Esa tarde organizaría sus efectivos, y en cuanto a la cues¬tión relativa a la coordinación, iba a distribuirlos en escuadrones, e insistiría en que los cazavampiros empezaran a reunirse con él habitualmente en pequeños grupos.
¿Y la información? Si querían exterminar a la Herman¬dad, necesitaban saber dónde encontrar a sus miembros. Eso se¬ría un poco más difícil, aunque no imposible. Aquellos guerreros formaban un grupo cauteloso y suspicaz, no demasiado sociable, pero la población civil de vampiros tenía algún con¬tacto con ellos. Después de todo, los hermanos tenían que ali¬mentarse, y no podían hacerlo entre ellos. Necesitaban sangre femenina.
Y las hembras, aunque la mayoría de ellas vivían protegi¬das como si fueran obras de arte, tenían hermanos y padres que podían ser persuadidos para que hablaran. Con el incentivo apropiado, los machos revelarían adónde iban sus mujeres y a quié¬nes veían. Así descubrirían a la Hermandad.
Ésa era la clave de su estrategia general. Un programa coor¬dinado de seguimiento y captura, concentrado en machos civiles y las escasas hembras que salían sin protección, le conduciría, finalmente, a los hermanos. Su plan tenía que tener éxito, ya fuese porque los miembros de la Hermandad salieran de su escondri-jo con sus dagas desenfundadas, furiosos porque los civiles hu¬bieran sido capturados brutalmente, o bien porque alguien podía irse de la lengua y descubrir dónde se ocultaban.
Lo mejor sería averiguar dónde se encontraban los gue¬rreros durante el día. Eliminarlos mientras brillaba el sol, cuando eran más vulnerables, sería la operación con mayores proba¬bilidades de éxito y en la que, posiblemente, las bajas de la So-ciedad resultarían mínimas.
En general, matar vampiros civiles era sólo un poco más difícil que aniquilar a un humano normal. Sangraban si se les cor¬taba, sus corazones dejaban de latir si se les disparaba y se quemaban si eran expuestos a la luz solar.
Sin embargo, matar a un miembro de la Hermandad era un asunto muy diferente. Eran tremendamente fuertes, estaban muy bien entrenados y sus heridas se curaban con una celeridad asombrosa. Formaban una subespecie particular. Sólo tenías una oportunidad frente a un guerrero. Si no la aprovechabas, no re¬gresabas a casa.
E señor X se levantó del escritorio, deteniéndose un mo¬mento para observar su reflejo en la ventana de la oficina. Ca¬bello claro, piel clara, ojos claros. Antes de unirse a la Sociedad había sido pelirrojo. Ahora ya casi no podía recordar su apariencia física anterior.
Pero sí tenía muy claro su futuro. Y el de la Sociedad. Cerró la puerta con llave y se encaminó hacia el pasillo de azulejos que conducía a la sala de entrenamiento principal. Es¬peró en la entrada, inclinando levemente la cabeza ante los estu¬diantes a medida que entraban a sus clases de jiujitsu. Éste era su grupo favorito: un conjunto de jóvenes, entre los dieciocho y los veinticuatro años, que mostraban ser muy prometedores. A me¬dida que los muchachos, vestidos con sus trajes blancos, entraban haciendo una ligera reverencia con la cabeza y dirigiéndose a él como sensei, el señor X los iba evaluando uno por uno, obser¬vando la forma en que movían sus ojos, cómo desplazaban el cuer¬po, cuál podía ser su temperamento.
Una vez que los estudiantes estuvieron en fila, preparados para comenzar la lucha, continuó examinándolos, siempre inte¬resado en la búsqueda de potenciales reclutas para la Sociedad. Necesitaba una combinación justa entre fuerza física, agudeza mental y odio no canalizado.
Cuando se habían aproximado a él para unirse a la Socie¬dad Restrictiva en la década de los años cincuenta, era un rockero de diecisiete años incluido en un programa para delincuentes juveniles. El año anterior había apuñalado a su padre en el pecho tras una pelea en la que aquel bastardo le había golpeado repetidas veces en la cabeza con una botella de cerveza. Creía haberle matado, pero por desgracia no lo hizo y vivió el tiempo suficiente para matar a su pobre madre.
Pero, por lo menos, después de hacerlo, su querido pa¬dre había tenido la sensatez de volarse los sesos con una esco¬peta y dejarlos diseminados por toda la pared. El señor X encontró los cuerpos durante una visita que hizo a casa, poco antes de ser atrapado e internado en un centro público.
Aquel día, delante del cadáver de su padre, el señor X aprendió que gritar a los muertos no le provocaba ni la más mí¬nima satisfacción. Después de todo, no había nada que hacer con alguien que va se había ido.
Considerando quién lo había engendrado, no resultó sor¬prendente que la violencia y el odio corrieran por la sangre del señor X. Y matar vampiros era uno de las pocas satisfacciones socialmente aceptables que había encontrado para un instinto ase¬sino como el suyo. El ejército era aburrido. Había que acatar de¬masiadas normas y esperar hasta que se declarara una guerra para poder trabajar como él quería. Y el asesinato en serie era a muy pequeña escala.
La Sociedad era diferente. Tenía todo lo que siempre ha¬bía querido: fondos ilimitados, la ocasión de matar cada vez que el sol se ponía y, por supuesto, la oportunidad, tan extraordina¬ria, de instruir a la próxima generación.
Así que tuvo que vender su alma para entrar, aunque no le supuso ningún problema. Después de lo que su padre le ha¬bía hecho, va casi no le quedaba alma.
Además, en su mente, había salido ganando con el trato. Le habían garantizado que permanecería joven y con una salud perfecta hasta el día de su muerte, y ésta no sería resultado de un fallo biológico, como el cáncer o una enfermedad cardiaca. Por el contrario, tendría que confiar en su propia capacidad para con¬servarse de una sola pieza.
Gracias al Omega, era físicamente superior a los humanos, su vista era perfecta y podía hacer lo que más le gustaba. La im¬potencia le había molestado un poco al principio, pero se había acostumbrado. Y el no comer ni beber..., al fin y al cabo nunca había sido un gourmet.
Y hacer correr la sangre era mejor que la comida o el sexo. Cuando la puerta que conducía a la sala de entrenamien¬to se abrió bruscamente, giró la cabeza de inmediato. Era Billy Riddle, y traía los dos ojos morados y la nariz vendada.
El señor X enarcó una ceja. -¿No es tu día libre, Riddle?
-Sí, sensei. -Billy inclinó la cabeza-. Pero quería venir de todos modos.
-Buen chico. -El señor X pasó un brazo alrededor de los hombros del muchacho-. Me gusta tu sentido de la respon¬sabilidad. Harás algo por mí... ¿Quieres indicarles lo que tienen que hacer durante el calentamiento?
Billy hizo una profunda reverencia; su amplia espalda quedó casi paralela al suelo.
-Sensei.
-Ve a por ellos. -Le dio una palmada en el hombro-. Y no se lo pongas fácil.
Billy levantó la mirada, sus ojos brillaban. El señor X asintió.
-Me alegro de que hayas captado la idea, hijo.
Cuando Beth salió de su edificio, frunció el ceño al ver el coche de policía aparcado al otro lado de la calle. José salió de él y se di¬rigió hacia ella a grandes zancadas.
-Ya me han contado lo que te sucedió. -Sus ojos se que¬daron fijos en la boca de la mujer-. ¿Cómo te encuentras? -Mejor.
-Vamos, te llevaré al trabajo.
-Gracias, pero prefiero caminar. -José hizo un movi¬miento con su mandíbula como si quisiera oponerse, así que ella extendió la mano y le tocó el antebrazo-. No quiero que esto me aterrorice tanto que no pueda continuar con mi vida. En al¬gún momento tendré que pasar junto a ese callejón, y prefiero ha¬cerlo por la mañana, cuando hay, suficiente luz.
Él asintió.
-Está bien. Pero llamarás un taxi por la noche o nos pe¬dirás a cualquiera de nosotros que vaya a recogerte.
-José...
-Me alegra saber que estás de acuerdo. -Cruzó la calle de vuelta a su coche-. Ah, no creo que hayas oído lo que Butch O'Neal hizo anoche.
Dudó antes de preguntar: -¿Qué?
-Fue a hacerle una visita a ese canalla. Creo que al indi¬viduo tuvieron que reconstruirle la nariz cuando nuestro buen detective acabó con él. -José abrió la puerta del vehículo y se de¬jó caer sobre el asiento-. ¿Vendrás hoy por allí?
-Sí, quiero saber algo más sobre la bomba de anoche. -Ya me lo imaginaba. Nos vemos.
Saludó con la mano y arrancó, alejándose del bordillo de la acera.
Ya habían dado las tres de la tarde y aún no había podido ir a la comisaría. Todos en la oficina querían oír lo que le había sucedi¬do la noche anterior. Después, Tony había insistido en que sa¬lieran a almorzar. Tras sentarse de nuevo en su escritorio, se ha¬bía pasado la tarde masticando chicle y perdiendo el tiempo con su e-mail.
Sabía que tenía trabajo que hacer, pero simplemente no se encontraba con fuerzas para finalizar el artículo que estaba es¬cribiendo sobre el alijo de armas que había encontrado la policía. No tenía que entregarlo en un plazo concreto y, desde luego, Dick no iba a darle la primera página de la sección local.
Y además ni siquiera lo había hecho ella. Lo único que le daba Dick era trabajo editorial. Los dos últimos artículos que ha¬bía dejado caer sobre su escritorio habían sido esbozados por los chicos grandes, Dick quería que ella comprobara la veracidad de los hechos. Seguir los mismos criterios con los que él se había familiarizado en el New York Times, como su obsesión por la ve¬racidad, era, de hecho, una de sus virtudes. Pero era una pena que no tuviera en cuenta la equidad en un trabajo realizado. No im¬portaba que el artículo fuera transformado por ella de arriba aba¬jo, sólo obtenía una mención secundaria compartida en el artículo de un chico grande.
Eran casi las seis cuando terminó de corregir los artículos, y al introducirlos en el casillero de Dick, pensó que no tenía ganas de pasar por la comisaría. Butch le había tomado declaración la noche anterior, y no había nada más que ella tuviera que hacer con respecto a su caso. Y, evidentemente, no se sentía cómoda con la idea de estar bajo el mismo techo que su asaltante, aunque él se encontrara en una celda.
Además, estaba agotada. -¡Beth!
Dio un respingo al oír la voz de Dick.
-Ahora no puedo, voy a la comisaría -dijo en voz alta por encima del hombro, pensando que la estrategia para evitar¬lo no lo mantendría a raya durante mucho tiempo, pero al menos no tendría que lidiar con él esa noche.
Y en realidad sí quería saber algo más sobre la bomba. Salió corriendo de la oficina y caminó seis manzanas en di¬rección este. El edificio de la comisaría pertenecía a la típica ar¬quitectura de los años sesenta. Dos pisos, laberíntica, moderna en su época, con abundancia de cemento gris claro y muchas ven¬tanas estrechas. Envejecía sin elegancia alguna. Gruesas líneas ne¬gras corrían por su fachada como si sangrara por alguna herida en el tejado. Y el interior también parecía moribundo: el suelo cubierto con un sucio linóleo verde grisáceo, los muros con pa¬neles de madera falsa y los zócalos astillados de color marrón. Después de cuarenta años, y a pesar de la limpieza periódica, la suciedad más persistente se había incrustado en todas las grietas y fisuras, y va jamás saldría de allí, ni siquiera con un pulveriza¬dor o un cepillo.
Ni siquiera con una orden judicial de desalojo.
Los agentes se mostraron muy amables con ella cuando la vieron aparecer. Tan pronto como puso el pie en el edificio, em¬pezaron a reunirse a su alrededor. Después de hablar con ellos en el exterior mientras trataba de contener las lágrimas, se dirigió a la recepción y charló un rato con dos de los muchachos que es¬taban detrás del mostrador. Habían detenido a unos cuantos por prostitución y tráfico de estupefacientes, pero, por lo demás, el día había sido tranquilo. Estaba a punto de marcharse cuando Butch entró por la puerta de atrás.
Llevaba unos pantalones vaqueros, una camisa abrochada hasta el cuello y una cazadora roja en la mano. Ella se quedó mi¬rando cómo la cartuchera se enarcaba sobre sus anchos hombros, dejando entrever la culata negra de la pistola cuando sus brazos oscilaban al andar. Su oscuro cabello estaba húmedo, como si aca¬bara de empezar el día.
Lo que, considerando lo ocupado que había estado la no¬che anterior, probablemente era cierto.
Se dirigió directamente hacia ella. -¿Tienes tiempo para hablar? Ella asintió.
-Sí, claro.
Entraron en una de las salas de interrogatorio.
-Para tu información, las cámaras y micrófonos están apa¬gados -dijo.
-¿No es así como casi siempre trabajas?
Él sonrió y se sentó a la mesa. Entrelazó las manos. -Pensé que deberías saber que Billy Riddle ha salido bajo fianza. Lo soltaron esta mañana temprano.
Ella tomó asiento.
-¿De verdad se llama Billy Riddle? No me tomes el pelo. Butch negó con la cabeza.
-Tiene dieciocho años. Sin antecedentes de adulto, pero he estado echando un vistazo a su ficha juvenil y ha estado muy ocupado: abuso sexual, acoso, robos menores. Su padre es un tipo importante, y el chico tiene un abogado excelente, pero he hablado con la fiscal del distrito. Tratará de presionarlo para que no tengas que testificar.
-Subiré al estrado si tengo que hacerlo.
-Buena chica. -Butch se aclaró la garganta-. ¿Y cómo te encuentras?
-Bien. -No iba a permitir que el Duro jugara a psicoa¬nalizarla. Había algo en la evidente rudeza de Butch O'Neal que hacía que ella quisiera parecer más fuerte-. Sobre esa bomba, he oído que posiblemente se trate de un explosivo plástico, con un detonador a control remoto. Parece un trabajo de profesionales. -¿Ya has cenado?
Ella frunció el ceño. -No.
Riddle significa «acertijo, adivinanza». (N. del L)
Y considerando lo que había engullido por la mañana, tam¬bién se saltaría el desayuno del día siguiente.
Butch se puso de pie.
-Bueno. Ahora mismo me dirigía a Tullah's. Ella se mantuvo firme.
-No cenaré contigo.
-Como quieras. Entonces, me imagino que tampoco que¬rrás saber qué encontramos en el callejón junto al coche.
La puerta se cerró lentamente a sus espaldas. No caería en semejante trampa. No lo haría... Beth saltó de la silla y corrió tras él.

Capítulo 8
En su amplia habitación color crema y blanco, Marissa no se sentía segura de sí misma.
Siendo la shellan de Wrath, podía sentir su dolor, ti por su fuerza sabía que seguramente había perdido a otro de sus her¬manos guerreros.
Si tuvieran una relación normal, no lo dudaría: correría hacia él y trataría de aliviar su sufrimiento. Hablaría con él, lo abrazaría, lloraría a su lado. Le ofrecería la calidez de su cuerpo.
Porque eso era lo que las shellans pacían por sus compa¬ñeros. Y lo que recibían a cambio también. Echó un vistazo al reloj Tiffany de su mesilla de noche. Pronto se perdería en la noche. Si quería alcanzarlo tendría que hacerlo ahora.
Marissa dudó, no quería engañarse. No sería bienvenida. Deseó que fuera más fácil apoyarlo, deseó saber lo que él necesitaba de ella. Una vez, hacía mucho tiempo, había habla¬do con Wellsie, la shellan del hermano Tohrment, con la espe-ranza de que pudiera ofrecerle algún consejo sobre cómo actuar y comportarse, cómo conseguir que Wrath la considerara digna de él.
Después de todo, Wellsie tenía lo que Marissa quería: un verdadero compañero. Un macho que regresaba a casa con ella, que reía, lloraba y compartía su vida, que la abrazaba. Un macho que permanecía a su lado durante las tortuosas, y afortunada¬mente escasas, ocasiones en que era fértil, que aliviaba con su cuer¬po sus terribles deseos durante el tiempo que duraba el periodo de necesidad.
Wrath no hacía nada de eso por ella, o con ella. Y en ese estado de cosas, Marissa tenía que acudir a su hermano en busca de alivio a sus necesidades. Havers apaciguaba sus ansias, tranquilizándola hasta que pasaban aquellos deseos. Semejante prác¬tica los avergonzaba a ambos.
Había esperado que Wellsie pudiera ayudarla, pero la con¬versación había sido un desastre. Las miradas de compasión de la otra hembra Y sus réplicas cuidadosamente meditadas las habían desgastado a ambas, acentuando todo lo que Marissa no poseía. Dios, qué sola estaba.
Cerró los ojos, y sintió nuevamente el dolor de Wrath. Tenía que intentar llegar a él, porque estaba herido. Y ade¬más, ¿qué le quedaba en la vida aparte de él?
Percibió que Wrath se encontraba en la mansión de Da¬rius. Inspirando profundamente, se desmaterializó.
Wrath aflojó lentamente las rodillas y se irguió, escuchando có¬mo volvían las vértebras a su posición con un crujido. Se quitó los diamantes de sus rodillas.
Tocaron a la puerta y él permitió que ésta se abriera, pen¬sando que era Fritz.
Cuando olió a océano, apretó los labios.
-¿Qué te trae aquí, Marissa? -dijo sin girarse a mirar¬la. Fue hasta el baño y se cubrió con una toalla.
-Déjame lavarte, mi señor-murmuró ella-. Yo cuidaré tus heridas. Puedo...
-Así estoy, bien.
Sanaba rápido. Cuando finalizara la noche sus cortes ape¬nas se notarían.
Wrath se dirigió al armario y examinó su ropa. Sacó una camisa negra de manga larga, unos pantalones de cuero y..., por Dios, ¿qué era eso? Ah, no, ni de broma. No iba a luchar con aquellos calzoncillos. Por nada del mundo lo sorprenderían muer¬to con una prenda como aquélla.
Lo primero que tenía que hacer era establecer contacto con la hija de Darius. Sabía que se les estaba agotando el tiempo, por¬que su transición estaba próxima. Y luego tenía que comunicarse con Vishous y Phury para saber qué habían averiguado de los restos del restrictor muerto.
Estaba a punto de dejar caer la toalla para vestirse, cuan¬do cayó en la cuenta de que Marissa aún estaba en la habitación. La miró.
-Vete a casa, Marissa-dijo. Ella bajó la cabeza.
-Mi señor, puedo sentir tu dol...
-Estoy perfectamente bien.
Ella dudó un momento. Luego desapareció en silencio. Diez minutos después, Wrath subió al salón.
-¿Fritz? -llamó en voz alta.
-¿Sí, amo? -El mayordomo parecía complacido de que lo llamara.
-¿Tienes a mano cigarrillos rojos? -Por supuesto.
Fritz atravesó la habitación trayendo una antigua caja de caoba. Le presentó el contenido inclinándola con la tapa abierta. Wrath cogió un par de aquellos cigarrillos liados a mano. -Si le gustan, conseguiré más.
-No te molestes. Serán suficientes. -A Wrath no le gus¬taba drogarse, pero aquella noche quería dar buena cuenta de esos dos cigarros.
-¿Desea comer algo antes de salir? Wrath negó con la cabeza.
-¿Quizás cuando vuelva? -La voz de Fritz se fue apa¬gando a medida que cerraba la caja.
Wrath estaba a punto de hacer callar al viejo macho cuan¬do pensó en Darius. D habría tratado mejor a Fritz.
-Está bien. Sí. Gracias.
El mayordomo irguió los hombros con satisfacción. Por Dios, parece estar sonriendo, pensó Wrath.
-Le prepararé cordero, amo. ¿Cómo prefiere la carne? -Casi cruda.
-Y lavaré su ropa. ¿Debo encargarle también ropa nueva de cuero?
-No me... -Wrath cerró la boca-. Claro. Sería magní¬fico. Y, ah, ¿puedes conseguirme unos calzoncillos bóxer? Ne¬gros, XXL.
-Será un placer.
Wrath se dio la vuelta y se dirigió a la puerta.
¿Cómo diablos había acabado de pronto teniendo un sir¬viente?
-¿Amo? -¿Sí?, -gruñó. -Tenga mucho cuidado ahí fuera.
Wrath se detuvo y miró por encima de su hombro. Fritz parecía acunar la caja contra su pecho.
Le resultaba tremendamente extraño tener a alguien espe¬rándolo al volver a casa.
Salió de la mansión y caminó por el largo camino de entra¬da hasta la calle. Un relámpago centelleó en el cielo, anticipando la tormenta que podía oler formándose al sur.
¿Dónde diablos estaría la hija de Darius en ese momento? Lo intentaría primero en el apartamento.
Wrath se materializó en el patio trasero de la casa, miró por la ventana y le devolvió el ronroneo de bienvenida al gato con uno propio. Ella no estaba en el interior, de modo que Wrath se sentó frente la mesa de picnic. Esperaría una hora más o menos. Lue¬go tendría que ir al encuentro de los hermanos. Podía volver al fi-nal de la noche, aunque si tenía en cuenta cómo habían salido las cosas la primera vez que la había visitado, se imaginaba que des¬pertarla a las cuatro de la mañana no sería lo más inteligente.
Se quitó las gafas de sol y se frotó el puente de la nariz. ¿Cómo iba a explicarle lo que iba a sucederle y lo que ella tendría que hacer para sobrevivir al cambio?
Tuvo el presentimiento de que no se mostraría muy feliz escuchando el boletín de noticias.
Wrath hizo memoria de su propia transición. Vaya caos que se había formado entonces. A él tampoco lo habían pre¬parado, porque sus padres siempre quisieron protegerlo, pero murieron antes de decirle qué iba a sucederle.
Los recuerdos volvieron a su mente con terrible claridad. A finales del siglo XVII, Londres era un lugar brutal, es¬pecialmente para alguien que estaba solo en el mundo. Sus padres habían sido asesinados ante sus ojos dos años antes, y él había huido de los de su especie, pensando que su cobardía en aquella espantosa noche era una vergüenza que debía soportar en soledad.
Mientras que en la sociedad de los vampiros había sido ali¬mentado y protegido como el futuro rey, había descubierto que en el mundo de los humanos lo que más se tenía en cuenta era, principalmente, la fuerza física. Para alguien de la complexión que él tenía antes de pasar por su cambio, eso significaba permanecer en el último escalafón de la escala social. Era tremendamente del¬gado, esquelético, débil y presa fácil para los chicos humanos en busca de diversión. Durante su estancia en los tugurios de Lon¬dres, lo habían golpeado tantas veces que ya se había acostum¬brado a que algunas partes de su cuerpo no funcionaran bien. Pa¬ra él era habitual no poder doblar una pierna porque le habían apedreado la rodilla, o tener un brazo inutilizado porque le ha¬bían dislocado el hombro al arrastrarlo atado a un caballo.
Se había alimentado de la basura, sobreviviendo al borde de la inanición, hasta que, finalmente, encontró trabajo como sir¬viente en el establo de un comerciante. Wrath limpió herraduras, sillas de montar y bridas hasta que se le agrietó la piel de las ma¬nos, pero por lo menos podía comer. Su lecho se encontraba entre la paja de la parte superior del granero. Aquello era más mulli¬do que el duro suelo al que estaba acostumbrado, aunque nunca sabía cuándo lo despertaría una patada en las costillas porque al¬gún mozo de cuadras quisiera acostarse con una o dos doncellas.
En aquel entonces, aún podía estar bajo la luz solar, y el amanecer era la única cosa de su miserable existencia que ansia¬ba. Sentir el calor en el rostro, inhalar la dulce bruma, deleitarse con la luz; aquellos placeres eran los únicos que había poseído, y los tenía en gran estima. Su vista, debilitada desde su nacimiento, ya era mala en aquella época, pero bastante mejor que ahora. Aún recordaba con penosa claridad cómo era el sol.
Había estado al servicio del comerciante durante casi un año, hasta que todo su mundo cambió de repente.
La noche en que sufrió la transformación, se había echa¬do en su lecho de paja, completamente agotado. En los días an¬teriores, se había sentido mal y le había costado mucho hacer su trabajo, aunque aquello no era una novedad.
El dolor, cuando llegó, atormentó su débil cuerpo, empe¬zando por el abdomen y extendiéndose hacia los extremos, lle¬gando a la punta de los dedos de las manos, de los pies, y al final de cada uno de sus cabellos. El dolor no era ni remotamente similar a cualquiera de las fracturas, contusiones, heridas o pali¬zas que había recibido hasta aquel momento. Se dobló hecho un ovillo, con los ojos casi saliéndose de las órbitas en medio de la agonía y la respiración entrecortada. Estaba convencido de que iba a morir y rezó por sumergirse cuanto antes en la oscuridad. Sólo quería un poco de paz y que finalizara aquel horrible su¬frimiento.
Entonces una hermosa y esbelta rubia apareció ante él. Era un ángel enviado para llevarlo al otro mundo. Nunca lo dudó.
Como el patético miserable que era, le suplicó clemencia. Extendió la mano hacia la aparición, y cuando la tocó supo que el fin estaba cerca. Al oír que pronunciaba su nombre, él trató de sonreír como muestra de gratitud, pero no pudo articular pala¬bra. Ella le contó que era la persona que le había sido prometida, la que había bebido un sorbo de su sangre cuando era un niño para así saber dónde encontrarlo cuando se presentara su tran¬sición. Dijo que estaba allí para salvarlo.
Y luego Marissa se abrió la muñeca con sus propios col¬millos y le llevó la herida a la boca.
Bebió desesperadamente, pero el dolor no cesó. Sólo se hi¬zo diferente. Sintió que sus articulaciones se deformaban y sus huesos se desplazaban con una horrible sucesión de chasquidos. Sus músculos se tensaron y luego se desgarraron, y le dio la sen¬sación de que su cráneo iba a explotar. A medida que sus ojos se agrandaban, su vista se iba debilitando, hasta que sólo le que¬dó el sentido del oído.
Su respiración áspera y gutural le hirió la garganta mien¬tras trataba de aguantar. En algún momento se desmayó, final¬mente, sólo para despertar a una nueva agonía. La luz solar que tanto amaba se filtraba a través de las ranuras de las tablas del gra¬nero en pálidos rayos dorados. Uno de aquellos rayos le tocó en un hombro, y el olor a carne quemada lo aterrorizó. Se reti¬ró de allí, mirando a su alrededor presa del pánico. No podía ver nada salvo sombras borrosas. Cegado por la luz, trató de levantarse, pero cavó boca abajo sobre la paja. Su cuerpo no le res-pondía. Tuvo que intentarlo dos veces antes de poder conseguir afirmarse sobre sus pies, tambaleándose como un potrillo.
Sabía que necesitaba protegerse de la luz del día, y se arras¬tró hasta donde pensó que debía de estar la escalera. Pero calcu¬ló mal y se cayó desde el pajar. En medio de su aturdimiento, creyó poder llegar al silo para el grano. Si lograba descender hasta allí, se encontraría rodeado por la oscuridad.
Fue tanteando con los brazos por todo el granero, cho¬cando contra las cuadras y tropezando con los aperos, tratando de permanecer lejos de la luz y controlar al mismo tiempo sus in gobernables extremidades. Cuando se acercaba a la parte trasera del granero, se golpeó la cabeza contra una viga bajo la cual siem¬pre había pasado fácilmente. La sangre le cubrió los ojos.
Instantes después, uno de los palafreneros entró, y al no reconocerle, exigió saber quién era. Wrath giró la cabeza en di¬rección a la voz familiar, buscando ayuda. Extendió las manos y comenzó a hablar, pero su voz no sonó como siempre.
Luego escuchó el sonido de una horquilla aproximándosele por el aire en feroz acometida. Su intención era desviar el gol¬pe, pero cuando sujetó el mango y dio un empujón, envió al mozo de cuadra contra la puerta de uno de los establos. El hombre soltó un alarido de espanto y escapó corriendo, seguramente en busca de refuerzos.
Wrath encontró finalmente el sótano. Sacó de allí dos enor¬mes sacos de avena y los colocó junto a la puerta para que nadie pudiera entrar durante el día. Exhausto, dolorido, con la sangre manándole por el rostro, se arrastró dentro y apoyó la espalda desnuda contra el muro. Dobló las rodillas hasta el pecho, cons¬ciente de que sus muslos eran cuatro veces mayores que el día an¬terior. Cerrando los ojos, reclinó la mejilla sobre los antebrazos y tembló, luchando por no deshonrarse llorando. Estuvo des¬pierto todo el día, escuchando los pasos sobre su cabeza, el piafar de los caballos, el monótono zumbido de las charlas. Le aterro¬rizaba pensar que alguien abriera la puerta y lo descubriera. Le alegró que Marissa se hubiera marchado y no estuviera expues¬ta a la amenaza procedente de los humanos.
Regresando al presente, Wrath escuchó a la hija de Darius entrar en el apartamento. Se encendió una luz.
***
Beth arrojó las llaves sobre la mesa del pasillo. La rápida cena con el Duro había resultado sorprendentemente fácil. Y él le había su¬ministrado algunos detalles sobre la bomba. Habían hallado una Mágnum manipulada en el callejón. Butch había mencionado tam¬bién la estrella arrojadiza de artes marciales que ella había des¬cubierto en el suelo. El equipo del CSI estaba trabajando en las armas, tratando de obtener huellas, fibras o cualquier otra prue¬ba. La pistola no parecía ofrecer demasiado, pero la estrella tenía sangre, que estaban sometiendo aun análisis de ADN. En cuan¬to a la bomba, la policía pensaba que se trataba de un atentado relacionado con drogas. El BMW había sido visto antes, aparca¬do en el mismo lugar detrás del club. Y Screamer's era un sitio ideal para los traficantes, muy exclusivos con respecto a sus te¬rritorios.
Se estiró y se puso unos pantalones cortos. Era otra de esas noches calurosas, y mientras abría el futón, deseó que el aire acon¬dicionado aún funcionara. Encendió el ventilador y le dio de comer a Boo, que, tan pronto como dejó vacío su tazón, reanudó su ir y venir ante la puerta corredera.
-No vamos a empezar de nuevo, ¿o sí?
Un relámpago resplandeció en el cielo. Se acercó a la puer¬ta de cristal y la deslizó un poco hacia atrás, bloqueándola. La de¬jaría abierta sólo un rato. Por una vez, el aire nocturno olía bien. Ni un tufillo a basura.
Pero, por Dios, hacía un calor insoportable.
Se inclinó sobre el lavabo del baño. Después de quitarse las lentillas, cepillarse los dientes y lavarse la cara, remojó una toalla en agua fría y se frotó la nuca. Unos hilillos de agua descendieron por su piel, y ella recibió con placer los escalofríos al volver a salir.
Frunció el ceño. Un aroma muy extraño flotaba en el am¬biente. Algo exuberante y picante...
Se encaminó hacia la puerta del patio y olfateó un par de veces. Al inhalar, sintió que se aliviaba la tensión de sus hombros. Y luego vio que Boo se había sentado agazapado y ron¬roneaba como si estuviera dándole la bienvenida a alguien co¬nocido.
-¿Qué diab...?
El hombre que había visto en sus sueños estaba al otro la¬do del patio.
Beth dio un salto atrás y dejó caer la toalla húmeda; es¬cuchó débilmente el sonido sordo cuando llegó al suelo.
La puerta se deslizó hacia atrás, quedando abierta por com¬pleto, a pesar de que ella la había bloqueado.
Y aquel maravilloso olor se hizo más evidente cuando él entró en su casa.
Sintió pánico, pero descubrió que no podía moverse.
Por todos los santos, aquel desconocido era colosal. Si su apartamento era pequeño, con su presencia pareció reducirlo al tamaño de una caja de zapatos. Y el traje de cuero negro contribuía a hacerlo más grande. Debía medir por lo menos dos metros. Un minuto...
¿Qué estaba haciendo? ¿Tomándole las medidas para ha¬cerle un traje?
Tendría que estar saliendo a toda prisa. Debería estar tra¬tando de llegar a la otra puerta, corriendo como alma que lleva el diablo.
Pero estaba como hipnotizada, mirándolo.
Llevaba puesta una cazadora a pesar del calor, y sus largas piernas también estaban cubiertas de cuero. Usaba pesadas botas con puntera de acero, y se movía como un depredador.
Beth estiró el cuello para verle la cara.
Tenía la mandíbula prominente y fuerte, labios gruesos, pó¬mulos marcados. El cabello, lacio y negro, le caía hasta los hombros desde un mechón en forma de u ve en la frente, y en su rostro se apreciaba la sombra de una incipiente barba oscura. Las gafas de sol negras que usaba, curvadas en los extremos, se ajustaban perfecta-mente a su rostro y le conferían un aspecto de asesino a sueldo.
Como si la apariencia amenazadora no fuera suficiente para hacerle parecer un asesino.
Fumaba un cigarro fino y rojizo, al que dio una larga ca¬lada haciendo brillar el extremo con un resplandor anaranjado. Exhaló una nube de ese humo fragante, y cuando éste llegó a la nariz de Beth, su cuerpo se relajó todavía más.
Pensó que seguramente venía a matarla. No sabía qué ha¬bía hecho para merecer aquel ataque, pero cuando él exhaló otra bocanada de aquel extraño cigarro, apenas pudo recordar dón¬de estaba. Su cuerpo se sacudía mientras él acortaba la distancia en¬tre ambos. Le aterrorizaba lo que sucedería cuando estuviera junto a ella, pero notó, absurdamente, que Boo ronroneaba y se frotaba contra los tobillos del extraño.
Aquel gato era un traidor. Si por algún milagro sobrevivía a aquella noche, lo degradaría a comer vísceras.
Beth echó el cuello hacia atrás cuando sus ojos se encon¬traron con la feroz mirada del hombre. No podía ver el color de sus ojos a través de las gafas, pero su mirada fija quemaba.
Luego, sucedió algo extraordinario. Al detenerse frente a ella, la joven sintió una ráfaga de pura y auténtica lujuria. Por primera vez en su vida, su cuerpo se puso lascivamente caliente. Caliente y húmedo.
Su clítoris ardía por él.
Química, pensó aturdida. Química pura, cruda, animal. Cualquier cosa que él tuviera, ella lo quería.
-Pensé que podíamos intentarlo de nuevo -dijo él.
Su voz era grave, un profundo retumbar en su sólido pe¬cho. Tenía un ligero acento, pero no pudo identificarlo. -¿Quién es usted? -dijo en un susurro.
-He venido a buscarte.
El vértigo la obligó a apoyarse en la pared.
-¿A mí? ¿Adónde..., -La confusión la obligó a callar. -¬¿Adónde me lleva?
¿Al puente? ¿Para arrojar su cuerpo al río?
La mano de Wrath se aproximó a la cara de ella, y le tomó el mentón entre el índice y el pulgar, haciéndole girarla cabeza hacia un lado.
-¿Me matará rápido? -masculló ella- ¿O lentamente?
-Matar no. Proteger.
Cuando él bajó la cabeza, ella trató de concienciarse de que debía reaccionar y luchar contra aquel hombre a pesar de sus pa¬labras. Necesitaba poner en funcionamiento sus brazos y sus piernas. El problema era que, en realidad, no deseaba empujarlo lejos de sí. Inspiró profundamente.
Santo Dios, olía estupendamente. A sudor fresco y limpio. Un almizcle oscuro y masculino. Aquel humo...
Los labios de él tocaron su cuello. Le dio la sensación de que la olisqueaba. El cuero de su cazadora crujió al llenarse de ai¬re sus pulmones y expandirse su pecho.
-Estás casi lista-dijo quedamente-. No tenemos mu¬cho tiempo.
Si se refería a que tenían que desnudarse, ella estaba com¬pletamente de acuerdo con el plan. Por Dios, aquello debía de ser a lo que la gente se refería cuando se ponía poética con el sexo. No cuestionaba la necesidad de tenerlo dentro de ella, únicamente sabía que moriría si él no se quitaba los pantalones. Ya.
Beth extendió las manos, ansiosa por tocarlo, pero cuan¬do se separó de la pared empezó a caerse. Con un único movi¬miento, él se colocó el cigarrillo entre sus crueles labios y al mismo tiempo la sujetó con gran facilidad. Mientras la levantaba entre sus brazos, ella se apoyó en él, sin molestarse ni siquiera en fin¬gir una cierta resistencia. La llevó como si no pesara, cruzando la habitación en dos zancadas.
Cuando la recostó sobre el sofá, su cabello cavó hacia de¬lante, y ella levantó la mano para tocar las negras ondas. Eran gruesas y suaves. Le pasó la mano por la cara, y aunque él pare¬ció sorprenderse, no se la retiró.
Por Dios, todo en él irradiaba sexo, desde la fortaleza de su cuerpo hasta la forma como se movía y el olor de su piel. Nun¬ca había visto a un hombre semejante. Y su cuerpo lo sabía tan bien como su mente.
-Bésame -dijo ella.
Él se inclinó sobre ella, como una silenciosa amenaza. Siguiendo un impulso, las manos de Beth aferraron las so¬lapas de la cazadora del vampiro, tirando de él para acercarlo a su boca.
Él le sujetó ambas muñecas con una sola mano. -Calma.
¿Calma? No quería calma. La calma no formaba parte del plan.
Forcejeó para soltarse, y al no conseguirlo arqueó la es¬palda. Sus senos tensaron la camiseta, y se frotó un muslo contra el otro, previendo lo que sentiría si lo tuviera entre ellos.
Si pusiera sus manos sobre ella... -Por todos los santos -murmuró él.
Ella le sonrió, deleitándose con el súbito deseo de su rostro.
-Tócame.
El extraño empezó a sacudir la cabeza, como si quisiera despertar de un sueño.
Ella abrió los labios, gimiendo de frustración.
-Súbeme la camiseta. -Se arqueó de nuevo, ofreciéndo¬le su cuerpo, anhelando saber si había algo más caliente en su in¬terior, algo que él pudiera extraerle con las manos-. Hazlo.
Él se sacó el cigarrillo de la boca. Sus cejas se juntaron, y ella tuvo la vaga impresión de que debería estar aterrorizada. En lugar de ello, elevó las rodillas y levantó las caderas del futón. Imaginó que él le besaba el interior de los muslos y buscaba su sexo con la boca. Lamiéndola.
Otro gemido salió de su boca. Wrath estaba mudo de asombro.
Y no era del tipo de vampiros que se quedan estupefac¬tos a menudo.
Cielos.
Aquella mestiza humana era la cosa más sensual que había tenido cerca en su vida. Y había apagado una o dos hogueras en algún tiempo.
Era el humo rojo. Tenía que ser eso. Y debía de estar afec¬tándolo a él también, porque estaba más que dispuesto a tomar a la hembra.
Miró el cigarrillo.
Bien, un razonamiento muy profundo, pensó. Lo malo era que aquella maldita sustancia era relajante, no afrodisíaca.
Ella gimió otra vez, ondulando su cuerpo en una sensual oleada, con las piernas completamente abiertas. El aroma de su excitación le llegó tan fuerte como un disparo. Por Dios, lo ha¬bría hecho caer de rodillas si no estuviera va sentado.
-Tócame -suspiró.
La sangre de Wrath latía como si estuviera corriendo des¬bocada y su erección palpitaba como si tuviera un corazón propio. -No estoy aquí para eso -dijo.
-Tócame de todos modos.
Él sabía que debía negarse. Era injusto para ella. Y tenían que hablar.
Quizás debiera regresar más tarde.
Ella se arqueó, presionando su cuerpo contra la mano con que él le sujetaba las muñecas. Cuando sus senos tensaron la ca¬miseta, él tuvo que cerrar los ojos.
Era hora de irse. En verdad era hora de...
Excepto que no podía irse sin saborear al menos algo.
Sí, pero sería un bastardo egoísta si le ponía un dedo en¬cima. Un maldito bastardo egoísta si tomaba algo de lo que ella le estaba ofreciendo bajo los efectos del humo.
Con una maldición, Wrath abrió los ojos.
Por Dios, estaba muy frío. Frío hasta la médula. Y ella ca¬liente. Lo suficiente para derretir ese hielo, al menos durante un momento.
Y había pasado tanto tiempo...
El vampiro bajó las luces de la habitación. Luego usó la mente para cerrar la puerta del patio, meter al gato en el baño y correr todos los cerrojos del apartamento.
Apoyó cuidadosamente el cigarrillo sobre el borde de la mesa junto a ellos y le soltó las muñecas. Las manos de ella afe¬rraron su cazadora, tratando de sacársela por los hombros. Él se arrancó la prenda de un tirón, y cuando cavó al suelo con un sonido sordo, ella se rió con satisfacción. Le siguió la funda de las dagas, pero la mantuvo al alcance de la mano.
Wrath se inclinó sobre ella. Sintió su aliento dulce y men¬tolado cuando posó la boca sobre sus labios. Al sentir que ella se estremecía de dolor, se retiró de inmediato. Frunciendo el ceño, le tocó el borde de la boca.
-Olvídalo -le dijo ella, aferrando sus hombros.
Por supuesto que no lo olvidaría. Que Dios ayudara a aquel humano que la había herido. Wrath iba a arrancarle cada uno de sus miembros y lo dejaría en la calle desangrándose.
Besó suavemente la magulladura en proceso de curación, y luego descendió con la lengua hasta el cuello. Esta vez, cuando ella empujó los senos hacia arriba, él deslizó una mano bajo la fina camiseta y recorrió la suave y cálida piel. Su vientre era plano, y deslizó sobre él la palma de la mano, sintiendo el espacio entre los huesos de las caderas.
Ansioso por conocer el resto, le quitó la prenda y la arrojó a un lado. Su sujetador era de color claro, y él recorrió los bordes con la punta de los dedos antes de acariciar con las palmas sus pechos, que cubrió con las manos, sintiendo los duros capullos de sus pezones bajo el suave satén.
Wrath perdió el control.
Dejó los colmillos al descubierto, emitió un siseo y mordió el cierre frontal del sujetador. El mecanismo se abrió de golpe. Be¬só uno de sus pezones, introduciéndoselo en la boca. Mientras succionaba, desplazó el cuerpo y lo extendió sobre ella, cayendo entre sus piernas. Ella acogió su peso con un suspiro gutural. Las manos de Beth se interpusieron entre ambos cuando ella quiso desabrocharle la camisa, pero él no tuvo paciencia su¬ficiente para que le desnudara. Se irguió ti- rompió la ropa para quitársela, haciendo saltar los botones y enviándolos por los ai-res. Cuando se inclinó de nuevo, sus senos rozaron el pecho de roca y su cuerpo se estremeció bajo él.
Quería besarla otra vez en la boca, pero va estaba más allá de la delicadeza y la sutileza, así que rindió culto a los senos con la lengua y luego se trasladó a su vientre. Cuando llegó a los pantalones cortos de la chica, los deslizó por las largas y suaves piernas.
Wrath sintió que algo le explotaba en la cabeza cuando su aroma le llegó en una fresca oleada. Ya se encontraba peligrosa¬mente cerca del orgasmo, con su miembro preparado para explotar y el cuerpo temblando por la urgencia de poseerla. Llevó la mano a sus muslos. Estaba tan húmeda que rugió.
Aunque estuviera tremendamente ansioso, tenía que sa¬borearla antes de penetrarla.
Se quitó las gafas y las puso junto al cigarrillo antes de inun¬dar de besos sus caderas y muslos. Beth le acarició el cabello con las manos mientras lo apremiaba para que llegara a su destino.
Le besó la piel más delicada, atrayendo el clítoris hacia su boca, y ella alcanzó el éxtasis una y otra vez hasta que Wrath va no pudo contener sus propias necesidades. Retrocedió, se apresuró a quitarse los pantalones y a cubrirla con su cuerpo una vez más.
Ella colocó las piernas alrededor de sus caderas, y él si¬seó cuando sintió corno su calor le quemaba el miembro. Utilizó las pocas fuerzas que le quedaban para detenerse y mirarla a la cara.
-No pares -susurró ella-. Quiero sentirte dentro de mí. Wrath dejó caer la cabeza dentro de la depre¬sión de su cuello. Lentamente, echó hacia atrás la cadera. La pun¬ta de su pene se deslizó hasta la posición correcta ajustándose a ella a la perfección, penetrándola con una poderosa arremetida. Soltó un bramido de éxtasis.
El paraíso. Ahora sabía cómo era el paraíso.

martes, 21 de febrero de 2012

LES Cuento Nuevo concurso Muchas Oportunidades y La posibilidad de Ganarse Estos DOS tomos de libros...
El concurso es del blog http://notiynovelibros.blogspot.com esta es la presentacion de tal concurso

Concurso comenzando otra vez




Comenzando otra vez con el blog quise abrir en grande, así que aquí les va el concurso.
·El premio son dos libros de grandes autoras: Amante Confeso de J. R. ward y Bailando con el Diablo de Sherrilyn Kenyon.




· El Concurso es INTERNACIONAL, así que cualquiera puede participar. Lo único que es obligatorio es que deben ser seguidores del blog
· Se dará a conocer el ganador el 20 de Marzo mediante la pagina random.org
Para concursar deben enviar un mail a Notiynovelibros@hotmail.com en el que incluyan su nombre, su país, su e-mail, su blog y el link que compruebe que son seguidores del blog. Por esto tendrán un numero, si quieres acceder a mas números pueden incluir:

+2 por poner el banner del concurso en tu blog hasta la fecha de finalización.
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+5 Por publicar una entrada nueva del concurso en tu blog.
+1 por comentar esta entrada.

Toda esta información debe estar respaldada con el Link incluido en el e-mail, luego de esto les respondere indicándoles que números le toco a cada persona.

Suerte a todos!

Espero que participen =D

Amante Oscuro - Capitulo 5 - Capitulo 6


Así es como yo imagino a Wrath el modelo es Derek Jupiter es el tipo perfecto con esa melena y todo, quede re O.o cuando lo vi en la tele dije no!!!! ese es Wrath!!! en casa me miraron con una cara diciendo (Que le pasa a esta) estalle y busque fotos del tipo espero que les guste mi modelo y poco a poco voy a ir subiendo fotos de como me imagino a cada "Protagonista de la historia.




Capítulo 5
Beth se había puesto su atuendo nocturno, consistente en unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, y estaba abriendo el futón cuando Boo empezó a maullar en la puer¬ta corredera de cristal. El gato daba vueltas en un estrecho círcu¬lo, con los ojos fijos en algo que había en el exterior.
-¿Quieres pelear otra vez con el minino de la señora Gio? Ya lo hemos hecho una vez y el resultado no fue muy bueno, ¿re¬cuerdas?
Unos golpes en la puerta principal le hicieron girar la ca¬beza con un sobresalto.
Se dirigió allí y acercó un ojo a la mirilla. Cuando vio quién estaba al otro lado, se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la madera.
Los golpes volvieron a oírse.
-Sé que estás ahí -dijo el Duro-. Y no pienso mar¬charme.
Beth descorrió el cerrojo N, abrió la puerta de golpe. An¬tes de que pudiera decirle que se fuera al diablo, pasó a su lado y entró.
Boo arqueó el lomo y siseó.
-Yo también estoy encantado de conocerte, pantera ne¬gra. -El vozarrón atronador de Butch parecía totalmente fuera de lugar en su apartamento.
-¿Cómo has entrado en el edificio? -preguntó ella mien¬tras cerraba la puerta.
-Forcé la cerradura.
-¿Hay alguna razón en particular para que hayas decidi¬do irrumpir en este edificio, detective?
Él se encogió de hombros y se sentó en un andrajoso sillón. -Pensé que podía visitara una amiga.
-¿Entonces por qué me molestas a mí?
-Tienes un bonito apartamento -dijo él, mirando sus cosas.
-Vaya mentiroso.
-Oye, por lo menos está limpio. Que es más de lo que puedo decir de mi propio cuchitril. -Sus oscuros ojos castaños la miraron directamente a la cara-. Ahora, hablemos de lo que sucedió cuando saliste del trabajo esta noche, ¿quieres?
Ella cruzó los brazos sobre el pecho. Él se rió entre dientes.
-Dios, ¿qué tiene José que no tenga yo? -¿Quieres lápiz y papel? La lista es larga.
-Auch. Eres fría, ¿lo sabías? -Su tono era divertido--. Dime, ¿sólo te gustan los que no están disponibles? -Escucha, estoy agotada...
-Sí, saliste tarde del trabajo. A las nueve y cuarenta y cinco, más o menos. Hablé con tu jefe. Dick me dijo que toda¬vía estabas en tu mesa cuando él se marchó a Charlie's. Viniste a tu casa caminando, ¿no? Por la calle Trade seguramente, pre¬sumo, como haces todas las noches. Y durante un buen rato, ibas sola.
Beth tragó saliva cuando un leve ruido hizo que desviara la mirada hacia la puerta corredera de cristal. Boo había empeza¬do de nuevo a ir de un lado a otro y a maullar, escudriñando al¬go en la oscuridad.
-Ahora, ¿me contarás qué ocurrió cuando llegaste al cru¬ce de Trade y la Diez? -Su mirada se suavizó.
-¿Cómo sabes...?
-Dime lo que pasó, y te prometo que me cercioraré de que ese hijo de perra tenga lo que se merece.
Wrath permaneció inmóvil, sumergido en las sombras de la se¬rena noche, mirando fijamente la silueta de la hija de Darius. Era alta para una hembra humana, y su cabello era negro, pero eso era todo lo que podía percibir con sus pobres ojos. Respiró el ai¬re de la noche, pero no pudo captar su olor. Sus puertas y ven¬tanas estaban cerradas, y el viento que soplaba del oeste traía el olor afrutado de la basura putrefacta.
Pero podía escuchar el murmullo de su voz a través de la puerta cerrada. Estaba hablando con alguien. Un hombre en quien ella, aparentemente, no confiaba, o no le agradaba, porque sólo pronunciaba monosílabos.
-Procuraré que esto te resulte lo más fácil posible -de¬cía el hombre.
Wrath vio cómo la muchacha se acercaba y miraba hacia fuera a través de la puerta de cristal. Sus ojos estaban fijos en él, pero sabía que no podía verlo. La oscuridad lo envolvía por com¬pleto.
Beth abrió la puerta y asomó la cabeza, impidiendo con el pie que el gato saliera al exterior.
Wrath sintió que su respiración se hacía más lenta al per¬cibir el aroma de la mujer. Olía verdaderamente bien. Corno una flor exquisita. Quizás corno esas rosas que florecen por la noche. Introdujo más aire en sus pulmones y cerró los ojos al tiempo que su cuerpo reaccionaba y su sangre se agitaba. Darius estaba en lo cierto; se acercaba a su transición. Podía olfatearlo en ella. Mestiza o no, iba a producirse su transformación.
Beth deslizó la puerta mientras se giraba hacia el Hom¬bre. Su voz era mucho más clara con la puerta abierta, y a Wrath le gustó su ronco sonido.
-Se me acercaron desde el otro lado de la calle. Eran dos. El más alto me arrastró hacia el callejón y... -El vampiro prestó atención de inmediato-. Traté de defenderme con todas mis fuerzas, pero él era más corpulento que yo, y además su amigo me sujetó los brazos. -Empezó a sollozar-. Me dijo que me cor¬taría la lengua si gritaba. Pensé que iba a matarme, en serio. Lue¬go me rasgó la blusa y tiró del sujetador hacia arriba. Estuve muy cerca de que me... Pero conseguí liberarme y corrí. Tenía los ojos azules, cabello castaño y un pendiente en la oreja izquierda. Lle-vaba un polo azul oscuro y pantalones cortos de color caqui. No pude ver bien sus zapatos. Su amigo era rubio, cabello corto, sin pendientes, vestido con una camiseta blanca con el nombre de esa banda local, los Comedores de Tomates.
El hombre se levantó y se le acercó. La rodeó con un bra¬zo, tratando de atraerla contra su pecho, pero ella retrocedió apartándose de él.
-¿De verdad piensas que podrás atraparlo? -preguntó. El hombre asintió.
-Sí, por supuesto que sí.
Butch salió del apartamento de Beth Randall de mal humor. Ver a una mujer que había sido golpeada en la cara no era una parte de su trabajo que le gustara. Y en el caso de Beth lo encontra¬ba particularmente perturbador, porque la conocía desde hacía bas¬tante tiempo y se sentía algo atraído por ella. El hecho de que fuera una mujer extraordinariamente hermosa no hacía las cosas más fá¬ciles. Pero el labio inflamado y los cardenales alrededor de la gar¬ganta eran daños evidentes frente a la perfección de sus facciones. Beth Randall era absolutamente preciosa. Tenía el negro cabello largo y abundante, unos ojos azules con un brillo impo¬sible, una piel color crema y una boca hecha exactamente para el beso de un hombre. Y vaya cuerpo: piernas largas, cintura es¬trecha y senos perfectamente proporcionados.
Todos los hombres de 1a comisaría estaban enamorados de ella, y Butch tuvo que reconocer que tenía un enorme mérito: nunca usaba su atractivo para obtener información confidencial de los muchachos. Lo manejaba todo a un nivel muy profesional. Nunca había tenido una cita con ninguno de ellos, aunque la ma¬yoría habría renunciado a su testículo izquierdo por sólo cogerla de la mano.
De una cosa sí estaba seguro: su atacante había cometido un tremendo error al elegirla. Toda la fuerza policial saldría en persecución de aquel imbécil en cuanto averiguaran su identidad. Y Butch tenía una boca muy grande.
Subió a su coche y condujo hasta las instalaciones del Hos¬pital Saint Francis, al otro lado de la ciudad. Aparcó sobre el bor¬dillo de la acera frente a la sala de urgencias y entró.
El guardia de la puerta giratoria le sonrió.
-¿Se dirige al depósito, detective? -No. Vengo a visitar a un amigo. El hombre asintió y se apartó.
Butch atravesó la sala de espera de urgencias con sus plantas de plástico, revistas con las páginas arrancadas y personas con ca¬ra de preocupación. Empujó unas puertas dobles y se dirigió al estéril y blanco entorno clínico. Saludó con una ligera inclinación de cabe¬za a las enfermeras y médicos que conocía y se acercó al control. -Hola, Doug, ¿recuerdas al tipo que trajimos con la nariz rota?
El empleado levantó la vista de un gráfico que estaba mi¬rando.
-Sí, están a punto de darle el alta. Se encuentra atrás, ha¬bitación veintiocho. -El internista soltó una risita-. Lo de la nariz era el menor de sus problemas. No cantará notas bajas du¬rante algún tiempo.
-Gracias, amigo. A propósito, ¿cómo va tu esposa? -Bien. Dará a luz en una semana.
-Avísame cuando nazca el niño.
Butch se dirigió a la parte de atrás. Antes de entrar en la habitación veintiocho, revisó el pasillo con la mirada en ambas direcciones. Todo tranquilo. No había personal médico a la vis¬ta, ni visitantes, ni pacientes.
Abrió la puerta y asomó la cabeza.
Billy Riddle levantó la mirada desde la cama. Un vendaje blanco le subía por la nariz, como si estuviera evitando que se le saliera el cerebro.
-¿Qué pasa, oficial? ¿Ya ha encontrado al individuo que me golpeó? Van a darme de alta y me sentiría mejor sabiendo que lo tiene bajo custodia.
Butch cerró la puerta y corrió el cerrojo silenciosamente. Sonrió mientras cruzaba la habitación fijándose en el pen¬diente de diamantes cuadrado que el sujeto lucía en el lóbulo izquierdo.
-¿Cómo va esa nariz, Billy?
-Bien. Pero la enfermera se ha portado como una bruja... Butch cogió su polo y lo arrojó a sus pies. Luego lanzó al atacante de Beth contra la pared, con tanta fuerza que la ma¬quinaria ubicada detrás de la cama se bamboleó.
Butch acercó tanto su cara a la del joven que podían ha¬berse besado.
-¿Te divertiste anoche?
Los grandes ojos azules se encontraron con los suyos. -¿De qué está hablan...?
Butch lo estrelló de nuevo contra la pared.
-Alguien te ha identificado. La mujer a la que trataste de violar.
-¡No fui yo!
-Claro que fuiste tú. Y si tengo en cuenta tu pequeña amenaza sobre su lengua con tu cuchillo, podría ser suficiente para enviarte a Dannemora. ¿Alguna vez has tenido novio, Billy? Apuesto a que serás muy popular. Un bonito chico blanco co¬mo tú.
El sujeto se puso tan pálido como las paredes. -¡No la toqué!
-Te diré una cosa, Billy. Si eres sincero contraigo y me dices dónde está tu amigo, es posible que salgas caminando de aquí. De lo contrario, te llevaré a la comisaría en una camilla.
Billy pareció considerar el trato unos instantes, y luego las palabras salieron de su boca con extraordinaria rapidez: -¡Ella lo deseaba! Me rogó...
Butch levantó la rodilla y la presionó contra la entrepier¬na de Billy. Un chillido salió de su garganta.
-¿Por eso tendrás que orinar sentado toda esta semana? Cuando el matón empezó a farfullar, Butch lo soltó y ob¬servó cómo se deslizaba lentamente hasta el suelo. Al ver relucir las esposas, su gimoteo cobró intensidad.
Butch le dio vuelta bruscamente y sin mayores considera¬ciones le colocó las esposas.
-Estás arrestado. Cualquier cosa que digas puede, y se¬rá, usada en tu contra en un tribunal. Tienes derecho a un abo¬gado...
-¿Sabe quién es mi padre? -gritó Billy como si hubiera conseguido tomar aire durante un segundo-. ¡Él hará que le des¬pidan!
-Si no puedes pagarlo, se te proporcionará uno. ¿En¬tiendes estos derechos que te he indicado?
-¡A la mierda!
Billy gimió y asintió con la cabeza, dejando una mancha de sangre fresca sobre el suelo.
-Bien. Ahora vamos a arreglar el papeleo. Detestaría no seguir el procedimiento apropiado.

Capítulo 6
Boo! ¿Puedes dejar de hacer eso? -Beth le dio un golpe a la almohada y giró sobre sí misma para poder ver al gato.
El animal la miró y maulló. Con el resplandor de la luz de la cocina, que había dejado encendida, lo vio dando zarpazos en dirección a la puerta de cristal.
-Ni lo sueñes, Boo. Eres un gato doméstico. Confía en mí, el aire libre no es tan bueno como parece.
Cerró los ojos, y cuando ovó el siguiente maullido lasti¬mero, soltó una maldición y arrojó las sábanas a un lado. Se di¬rigió hasta la puerta y escudriñó el exterior.
Fue entonces cuando vio al hombre. Estaba de pie junto al muro trasero del patio, una silueta oscura mucho más grande que las otras sombras, ya familiares, que proyectaban los cubos de ba¬sura y la mesa de picnic cubierta de musgo.
Con manos temblorosas revisó el cerrojo de la puerta y luego pasó a las ventanas. Ambas estaban aseguradas también. Bajó las persianas, cogió el teléfono inalámbrico y regresó al lado de Boo.
El hombre se había movido. ! Mierda!
Venía hacia ella. Revisó de nuevo el cerrojo y, retrocedió, tropezando con el borde del futón. Al caer, el teléfono se soltó de su mano, saltando lejos. Se golpeó fuertemente contra el col¬chón, lo que hizo que su cabeza rebotara debido al impacto. Increíblemente, la puerta corredera se abrió como si nun¬ca hubiera tenido el cerrojo puesto, como si ella nunca hubiera cerrado el pasador.
Aún yaciendo sobre su espalda, agitó las piernas violenta¬mente, enredando las sábanas al tratar de empujar su cuerpo pa¬ra alejarse de él. Era enorme, sus hombros anchos como vigas, sus piernas tan gruesas como el torso de la muchacha. No podía ver su cara, pero el peligro que emanaba de él era como una pis¬tola apuntando hacia su pecho.
Rodó al suelo entre gemidos y gateó para alejarse, arañán¬dose las rodillas y las manos contra el duro suelo de madera. Las pisadas del hombre detrás de ella resonaban como truenos, cada vez más cerca. Encogida como un animal, cegada por el miedo, chocó contra la mesa del pasillo y no sintió dolor alguno.
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mien¬tras imploraba piedad, tratando de llegar a la puerta principal... Beth despertó. Tenía la boca abierta y un alarido terrible rompía el silencio del amanecer.
Era ella. Estaba gritando con toda la tuerza de sus pulmones. Cerró firmemente los labios, y de inmediato los oídos de¬jaron de dolerle. Saltó de la cama, fue hasta la puerta del patio y, saludó los primeros rayos del sol con un alivio tan dulce que casi se marea. Mientras los latidos de su corazón disminuían, res¬piró profundamente y revisó la puerta.
El cerrojo estaba en su lugar. El patio vacío. Todo estaba en orden.
Se rió por lo bajo. No era extraño que tuviera pesadillas después de lo que había sucedido la noche anterior. Seguramen¬te iba a sentir escalofríos durante algún tiempo.
Se dio la vuelta y se dirigió a la ducha. Estaba agotada, pe¬ro no quería quedarse sola en su apartamento. Anhelaba el bullicio del periódico, quería estar junto a todos sus compañeros, telé¬fonos y papeles. Allí se sentiría más segura.
Estaba a punto de entrar en el baño cuando sintió una pun¬zada de dolor en el pie. Levantó la pierna y extrajo un pedazo de cerámica de la áspera piel del talón. Al inclinarse, encontró el jarrón que tenía sobre la mesa hecho añicos en el suelo.
Frunciendo el ceño, recogió los trozos.
Lo más probable era que lo hubiera tirado cuando entró la primera vez, después de haber sido atacada.
Cuando Wrath descendió a las profundidades de la tierra bajo la mansión de Darius, se sentía agotado. Cerró la puerta con lla¬ve tras él, se desarmó, y sacó un ajado baúl del armario. Abrió la tapa, gruñendo mientras levantaba una losa de mármol negro. Medía casi un metro cuadrado y tenía diez centímetros de gro¬sor. La colocó en medio de la habitación, volvió al baúl y reco¬gió una bolsa de terciopelo, que arrojó sobre la cama.
Se desnudó, se duchó y se afeitó y luego volvió desnudo a la habitación. Cogió la bolsa, desató la cinta de satén que la ce¬rraba, y sacó unos diamantes sin tallar, del tamaño de guijarros, sobre la losa. La bolsa vacía resbaló de su mano al suelo.
Inclinó la cabeza y pronunció las palabras en su lengua materna, haciendo subir y bajar las sílabas con la respiración, rin¬diendo tributo a sus muertos. Cuando terminó de hablar, se arrodilló sobre la losa, sintiendo las piedras cortándole la carne. Des¬plazó el peso de su cuerpo a los talones, colocó las palmas de las manos sobre los muslos y cerró los ojos.
El ritual de muerte requería que pasara el día sin moverse, soportando el dolor, sangrando en memoria de su amigo. Mentalmente, vio a la hija de Darius.
No debía haber entrado en su casa de esa forma. Le ha¬bía dado un susto de muerte, cuando lo único que quería era pre¬sentarse y explicarle por qué iba a necesitarlo pronto. También había planeado decirle que iba a perseguir a ese macho humano que se había propasado con ella.
Sí, había manejado la situación maravillosamente. Con la delicadeza de un elefante en una cacharrería.
En el instante en que entró, ella enloqueció de terror. Ha¬bía tenido que despojarla de sus recuerdos y sumergirla en un li¬gero trance para calmarla. Cuando la hubo depositado sobre la cama, su intención había sido marcharse de inmediato, pero no pudo hacerlo. Permaneció cerca de ella, evaluando el difuso con¬traste entre su cabello negro y la blanca funda de la almohada, in¬halando su aroma.
Sintiendo un cosquilleo sexual en las entrañas.
Antes de irse, se había cerciorado de que las puertas y ven¬tanas quedaran aseguradas. Y luego se había vuelto a mirarla una vez más, pensando en su padre.
Wrath se concentró en el dolor que va se estaba adueñan¬do de sus muslos.
Mientras su sangre teñía de rojo el mármol, vio el rostro de su guerrero muerto y sintió el vínculo que habían comparti¬do en vida.
Tenía que hacer honor a la última voluntad de su herma¬no. Era lo menos que le debía a aquel macho por todos los años que habían servido juntos a la raza.
Mestiza o no, la hija de Darius nunca más volvería a ca¬minar por la noche desprotegida. Y no pasaría sola por su tran¬sición.
Que Dios la ayudara.
Butch terminó de fichar a Billy Riddle alrededor de las seis de la mañana. El individuo se había mostrado muy ofendido porque lo había puesto en la celda con traficantes de drogas y, delincuentes, así que Butch puso mucho cuidado en cometer tantos errores tipográficos como le fue posible en sus informes. Y para su sor¬presa, la central de procesamiento de datos se confundía conti¬nuamente sobre la clase de formularios que debían ser cubiertos con exactitud.
Y después, todas las impresoras se estropearon. Las veintitrés que había.
A pesar de todo, Riddle no pasaría mucho tiempo en la comisaría. Su padre era en verdad un hombre poderoso, un se¬nador. Así que un elegante abogado le sacaría de allí en un abrir y cerrar de ojos. No creía que pudiera retenerle más de una hora. Porque así actuaba el sistema judicial para algunos. El di¬nero manda, permitiendo a los canallas salir en libertad.
A Butch no le quedó más remedio que reconocer con amar¬gura que ésa era la realidad.
Al salir al vestíbulo, se encontró con una de las habituales visitantes nocturnas de la comisaría. Cherry Pie acababa de ser liberada de los calabozos femeninos. Su verdadero nombre era Mary Mulcahy, y por lo que Butch había oído, trabajaba en las calles desde hacía dos años.
-Hola, detective-ronroneó. La barra de labios roja se había concentrado en las comisuras de su boca, y el rimel negro formaba un manchón alrededor de sus ojos. Seguramente su aspecto mejoraría y sería bonita, pensó él, si dejaba la pipa de crack y dormía durante todo un mes-. ¿Se va a su casa solo? -Como siempre. -Sostuvo la puerta abierta para ella al salir.
-¿No se le cansa la mano izquierda después de un tiempo? Butch se rió mientras ambos se detenían y levantó la vista hacia las estrellas.
- ¿Cómo te va, Cherry? -Siempre bien.
Se puso un cigarrillo entre los labios y lo encendió mien¬tras lo miraba.
-Si le salen demasiados pelos en la palma de la mano, pue¬de llamarme. Se lo haré gratis, porque usted es un hijo de perra muy bien parecido. Pero no le diga a mi chulo que le he dicho eso.
Soltó una nube de humo y, con expresión ausente, se to¬có con el dedo su oreja izquierda desgarrada. Le faltaba la mi¬tad superior.
Dios, ese proxeneta era todo un perro rabioso. Empezaron a bajar los escalones.
-¿Ya has consultado ese programa del que te hablé? -pre¬guntó Butch cuando llegaron a la acera. Estaba ayudando a un amigo a poner en marcha un grupo de apoyo para prostitutas que quisieran liberarse de sus proxenetas y llevar otra vida.
-Ah, sí, claro. Buena cosa. -Le lanzó una sonrisa-. Lo veré después.
-Cuídate.
Ella le dio la espalda, dándose una palmada en la nalga de¬recha.
-Piénselo, esto puede ser suyo.
Butch la observó contonearse calle abajo durante un rato. Luego se dirigió a su coche, y siguiendo un impulso, condujo hasta el otro lado de la ciudad, volviendo al barrio de Screamer's. Aparcó frente a McGrider's. Unos quince minutos después una mujer enfundada en unos ajustados vaqueros y un top negro sa¬lió del cuchitril. Parpadeó como si fuera miope ante la brillante luz. Cuando vio el coche, se sacudió su cabellera castaña y fue caminando hacia él. Butch abrió la ventanilla y ella se inclinó, be¬sándolo en los labios.
-Cuánto tiempo sin verte. ¿Te sientes solitario, Butch? -dijo ella apretada contra su boca.
Olía a cerveza rancia y a licor de cerezas, el perfume de to¬do cantinero al final de una larga noche.
-Entra -dijo él.
La mujer rodeó el coche por el frente y se deslizó junto a él. Habló de cómo le había ido durante la noche mientras él con¬ducía hasta la orilla del río, contándole lo decepcionada que es taba porque las propinas otra vez habían sido escasas y que los pies la estaban matando de tanto ir de un lado a otro de la barra. Estacionó bajo uno de los arcos del puente que cruzaba el río Hudson y unía las dos mitades de Caldwell, cerciorándose de quedar a suficiente distancia de los indigentes acostados sobre sus improvisadas camas de cartones. No había necesidad de tener pú¬blico.
Y había que reconocer que Abby era rápida. Ya le había desabrochado los pantalones y manipulaba su miembro erecto con embates firmes antes de que él hubiera apagado el motor. Mientras empujaba hacia atrás el asiento, ella se subió a horca¬jadas y le acarició el cuello con la boca. Él miró el agua, más allá de su sensual cabello rizado.
La luz del amanecer era hermosa, pensó cuando ésta inun¬dó la superficie del río.
-¿Me amas, cariño?-susurró ella a su oído. -Sí, claro.
Le alisó el cabello hacia atrás y la miró a los ojos. Esta¬ban vacíos. Podía haber sido cualquier hombre, por eso su rela¬ción funcionaba.
Su corazón estaba tan vacío como aquella mirada.

lunes, 20 de febrero de 2012

Amante Oscuro - Capitulo 3 - Capitulo 4



Capítulo 3
Beth estuvo bajo la ducha cuarenta y cinco minutos, uti¬lizo medio bote de gel, y casi derritió el barato papel pin¬tado de las paredes del baño debido al intenso calor del agua. Se secó, se puso una bata e intentó no mirarse otra vez al espejo. Su labio tenía un feo aspecto.
Salió a la única habitación que poseía su pequeño apartamento. El aire acondicionado se había estropeado hacía un par de semanas, y el ambiente de la estancia era tan sofocante como el del baño. Miró hacia las dos ventanas y la puerta corredera que conducía a un desangelado patio trasero. Tuvo el impulso de abrir¬las todas; sin embargo, se limitó a revisar los cierres.
Aunque sus nervios estaban destrozados, al menos su cuerpo estaba recuperándose rápidamente. Su apetito había vuelto en busca de venganza, como si estuviera molesto por no haber cenado, así que se dirigió directamente a la cocina. In¬cluso las sobras de pollo de hacía cuatro noches parecían ape¬titosas, pero cuando rompió el papel de aluminio, percibió un efluvio de calcetines húmedos. Arrojó a la basura todo el pa¬quete y colocó un recipiente de comida congelada en el mi-croondas. Comió los macarrones con queso de pie, sostenien¬do la pequeña bandeja de plástico en la mano con un guante de cocina. No fue suficiente, así que tuvo que prepararse otra ra¬ción.
La idea de engordar diez kilos en una sola noche era tre¬mendamente atrayente; vaya si lo era. No podía hacer nada con el aspecto de su rostro, pero estaba dispuesta a apostar que su misógino atacante neandertal prefería a sus víctimas delgadas y atléticas.
Parpadeó, tratando de sacarse de la cabeza la imagen de su propio rostro. Dios, aún podía sentir sus manos, ásperas y de¬sagradables, manoseándole los pechos.
Tenía que denunciarlo. Se acercaría a la comisaría. Aunque no quería salir del apartamento. Por lo menos has¬ta que amaneciera.
Se dirigió hasta el futón que usaba como sofá y cama y se colocó en posición fetal. Su estómago tenía dificultades para digerir los macarrones con queso y una oleada de náusea seguida por una sucesión de escalofríos recorrió su cuerpo.
Un suave maullido le hizo levantar la cabeza.
-Hola, Boo -dijo, chasqueando los dedos con desga¬na. El pobre animal había huido despavorido cuando ella había entrado como una tromba por la puerta rasgándose la ropa y arro¬jándola por toda la habitación.
Maullando nuevamente, el gato negro se aproximó. Sus grandes ojos verdes parecían preocupados mientras saltaba con elegancia hacia su regazo.
-Lamento todo este drama -murmuró ella, haciéndole sitio.
El animal frotó la cabeza contra su hombro, ronronean¬do. Su cuerpo estaba tibio, apenas pesaba. No supo el tiempo que permaneció allí sentada acariciando su suave pelaje, pero cuando el teléfono sonó, tuvo un sobresalto.
Mientras trataba de alcanzar el auricular, se las arregló pa¬ra seguir acariciando a su mascota. Los años de convivencia habían conseguido que su coordinación gato/teléfono rozara niveles de perfección.
-¿Hola? -dijo, pensando en que era más de mediano¬che, lo que descartaba a los vendedores telefónicos y sugería al¬gún asunto de trabajo o algún psicópata ansioso.
-Hola, señorita B. Ponte tus zapatillas de baile. El coche de un individuo ha saltado por los aires al lado de Screamer's. Él estaba dentro.
Beth cerró los ojos y quiso sollozar. José de la Cruz era uno de los detectives de la policía de la ciudad, pero también un gran amigo.
Aunque tenía que decir que le sucedía lo mismo con la mayoría de los hombres y mujeres que llevaban uniforme azul. Co¬mo pasaba tanto tiempo en la comisaría, había llegado a conocerlos bastante bien, pero José era uno de sus favoritos.
-Hola, ¿estás ahí?
Cuéntale lo que ha sucedido. Abre la boca.
La vergüenza y el horror de lo ocurrido le oprimían las cuerdas vocales.
-Aquí estoy, José. -Se apartó el oscuro cabello de la ca¬ra y carraspeó-. No podré ir esta noche.
-Sí, claro. ¿Cuándo has dejado pasar una buena información? --Rió alegremente-. Ah, pero tómatelo con calma. El Duro lleva el caso.
El Duro era el detective de homicidios Brian O'Neal, más conocido como Butch. O simplemente señor.
-En serio, no puedo... ir ahí esta noche.
-¿Estás ocupada con alguien? -La curiosidad hizo que la voz fuera apremiante. José estaba felizmente casado, pero ella sabía que en la comisaría todos especulaban a su costa. ¿Una mujer con un cuerpazo como el suyo sin un hombre? Algo tenía que ocurrir-. ¿Y bien? ¿Lo estás?
-Por Dios, no. No.
Hubo un silencio antes de que el sexto sentido de policía de su amigo se pusiera alerta.
-¿Qué sucede?
-Estoy- bien. Un poco cansada. Iré a la comisaría ma¬ñana.
Presentaría la denuncia entonces. Al día siguiente se sentiría lo suficientemente fuerte para recordar lo que había pasado sin derrumbarse.
-¿Necesitas que vaya a verte?
-No, pero te lo agradezco. Estoy bien, de verdad. Colgó el auricular.
Quince minutos después se había puesto un par de vaqueros recién lavados y una amplia camisa que ocultaba sus espléndidas curvas. Llamó a un taxi, pero antes de salir hurgó en el armario hasta encontrar su otro bolso. Cogió el spray de pimienta y lo apretó con fuerza en la mano mientras se dirigía a la calle. En el trayecto entre su casa y el lugar donde había estalla¬do la bomba, recuperaría la voz y se lo contaría todo a José. Por mucho que detestara la idea de recordar la agresión, no iba a permitir que aquel imbécil siguiera libre haciéndole lo mismo a otra persona. Y aunque nunca lo atrapasen, al menos habría hecho todo lo posible para tratar de capturarlo.
Wrath se materializó en el salón de la casa de Darius. Maldición, ya había olvidado lo bien que vivía el vampiro. Aunque D era un guerrero, se comportaba como un aristócrata, y a decir verdad, tenía una cierta lógica. Su vida había em-pezado como un princeps de alta alcurnia, y todavía conservaba el gusto por el buen vivir. Su mansión del siglo XIX estaba bien cuidada, llena de antigüedades y obras de arte. También era tan segura como la cámara acorazada de un banco.
Pero las paredes amarillo claro del salón hirieron sus ojos.
-Qué agradable sorpresa, mi señor.
Fritz, el mayordomo, apareció desde el vestíbulo e hizo una profunda reverencia mientras apagaba las luces para aliviar los ojos de Wrath. Como siempre, el viejo macho iba vestido con librea negra. Había estado con Darius alrededor de cien años, y era un doggen, lo que significaba que podía salir a la luz del día pero envejecía más rápido que los vampiros. Su subespecie había servido a los aristócratas y guerreros durante muchos milenios. -¿Se quedará con nosotros mucho tiempo, mi señor? Wrath negó con la cabeza. No si podía evitarlo. -Unas horas.
-Su habitación está preparada. Si me necesita, señor, aquí estaré.
Fritz se inclinó de nuevo y caminó hacia atrás para salir de la habitación, cerrando las puertas dobles tras él.
Wrath se dirigió hacia un retrato de más de dos metros de altura del que le habían dicho que había sido un rey francés. Colocó sus manos sobre el lado derecho del pesado marco dorado. El lienzo giró sobre su eje para revelar un oscuro pasillo de pie¬dra iluminado con lámparas de gas.
Al entrar, bajó por unas escaleras hasta las profundida¬des de la tierra. Al final de los escalones había dos puertas. Una iba a los suntuosos aposentos de Darius, la otra se abrió a lo que Wrath consideraba un sustituto de su hogar. La mayoría de los días dormía en un almacén de Nueva York, en una habitación in¬terior hecha de acero con un sistema de seguridad muy similar al de Fort Knox.
Pero él nunca invitaría allí a Marissa. Ni a ninguno de los hermanos. Su privacidad era demasiado valiosa.
Cuando entró, las lámparas sujetas a las paredes se encen¬dieron por toda la habitación a voluntad suya. Su resplandor do¬rado alumbraba sólo tenuemente el camino en la oscuridad. Como deferencia a la escasa visión de Wrath, Darius había pintado de negro los muros y el techo de seis metros de altura. En una es¬quina, destacaba una enorme cama con sábanas de satén negro y un montón de almohadas. Al otro lado, había un sillón de cue¬ro, un televisor de pantalla grande y una puerta que daba a un ba¬ño de mármol negro. También había un armario lleno de armas ropa.
Por alguna razón, Darius siempre insistía en que se que¬dara en la mansión. Era un maldito misterio. No se trataba de que lo defendiera, porque Darius podía protegerse a sí mismo. Y la idea de que un vampiro como D sufriera de soledad era absurda. Wrath percibió a Marissa antes de que entrara en la habi¬tación. El aroma del océano, una limpia brisa, la precedía. Terminemos con esto de una vez, pensó. Estaba ansio¬so por regresar a las calles. Sólo había saboreado un bocado de batalla, y esa noche quería atiborrarse.
Se dio la vuelta.
Mientras Marissa inclinaba su menudo cuerpo hacia él, sin¬tió devoción e inquietud flotando en el aire alrededor de la hembra. -Mi señor-dijo ella.
Por lo poco que podía ver, llevaba puesta una prenda li¬gera de gasa blanca, y su largo cabello rubio le caía en cascada sobre los hombros y la espalda. Sabía que se había vestido para complacerlo, y deseó en lo más íntimo de su ser que no se hubiera esforzado tanto.
Se quitó la chaqueta de cuero y la funda donde llevaba sus dagas.
Malditos fuesen sus padres. ¿Por qué le habían dado una hembra como ella? Tan... frágil.
Aunque, pensándolo bien, considerando el estado en que se encontraba antes de su transición, quizás temieron que otra más fuerte pudiera causarle daño.
Wrath flexionó los brazos, sus bíceps mostraron su gro¬sor, uno de sus hombros crujió debido al esfuerzo.
Si pudieran verlo ahora. Su escuálido cuerpo se había trans¬formado en el de un frío asesino.
Tal vez sea mejor que estén muertos, pensó. No habrían aprobado en lo que se había convertido ahora.
Pero no pudo evitar pensar que si ellos hubieran vivido hasta una edad avanzada, él habría sido diferente.
Marissa cambió de sitio nerviosamente.
-Lamento molestarte. Pero no puedo esperar más. Wrath se dirigió al baño.
-Me necesitas, y yo acudo.
Abrió el grifo y se subió las mangas de su camisa negra. Con el vapor elevándose, se lavó la suciedad, el sudor y- la muer¬te de sus manos. Luego frotó la pastilla de jabón por los brazos, cubriendo de espuma los tatuajes rituales que adornaban sus antebrazos. Se enjuagó, se secó y caminó hasta el sillón. Se sen¬tó y esperó, rechinando los dientes.
¿Durante cuánto tiempo habían hecho aquello? Siglos. Pe¬ro Marissa siempre necesitaba algún tiempo para poder aproximársele. Si hubiera sido otra, su paciencia se habría agotado de inmediato, pero con ella era un poco más tolerante.
La verdad era que sentía pena por ella porque la habían forzado a ser su shellan. Él le había dicho una y otra vez que la liberaba de su compromiso para que encontrara un verdadero compañero, uno que no solamente matara todo lo que le amenazara, sino que también la amara.
Lo extraño era que Marissa no quería dejarlo, por muy frágil que fuera. Él imaginaba que ella probablemente temía que nin¬guna otra hembra querría estar con él, que ninguna alimentaría a la bestia cuando lo necesitara y su raza perdería su estirpe más poderosa. Su rey. Su líder, que carecía de la voluntad de liderar. Sí, era un maldito inconveniente. Permanecía alejado de ella a menos que necesitara alimentarse, lo cual no sucedía con frecuencia debido a su linaje. La hembra nunca sabía dónde es¬taba él, o qué estaba haciendo. Pasaba los largos días sola en la casa de su hermano, sacrificando su vida para mantener vivo al último vampiro de sangre pura, el único que no tenía ni una so¬la gota de sangre humana en su cuerpo.
Francamente, no entendía cómo soportaba eso... ni có¬mo lo soportaba a él.
De repente, sintió ganas de maldecir. Aquella noche pare¬cía ser muy apropiada para alimentar su ego. Primero Darius y ahora ella.
Los ojos de Wrath la siguieron mientras ella se movía por la habitación, describiendo círculos a su alrededor, acercándose¬le. Se obligó a relajarse, a estabilizar su respiración, a inmovilizar su cuerpo. Aquella era la peor parte del proceso. Le daba páni¬co no tener libertad de movimientos, y sabía que cuando ella em¬pezara a alimentarse, la sofocante sensación empeoraría.
-¿Has estado ocupado, mi señor? -dijo suavemente. Él asintió, pensando que si tenía suerte, iba a estar más ocu¬pado antes del amanecer.
Marissa finalmente se irguió frente a él, y el vampiro pudo sentir su hambre prevaleciendo sobre su inquietud. También sintió su deseo. Ella lo quería, pero él bloqueó ese sentimiento de la hembra.
Bajo ningún concepto tendría relaciones sexuales con ella. No podía imaginar someter a Marissa a las cosas que había hecho con otros cuerpos femeninos. Y él nunca la había querido de esa manera. Ni siquiera al principio.
-Ven aquí-dijo, haciendo un gesto con la mano. Y Dejo caer el antebrazo sobre el muslo, con la muñeca hacia arriba-. Estás hambrienta. No deberías esperar tanto para llamarme.
Marissa descendió hasta el suelo cerca de sus rodillas, su vestido se arremolinó alrededor de su cuerpo y sus pies. Él sin¬tió la tibieza de los dedos sobre su piel mientras ella recorría sus tatuajes con las manos, acariciando los negros caracteres que detallaban su linaje en el antiguo idioma. Estaba lo suficientemente cerca para captar los movimientos de su boca abriéndose, sus colmillos destellaron antes de hundirlos en la vena.
Wrath cerró los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás mientras ella bebía. El pánico lo inundó rápida y fuertemente.
Dobló el brazo libre alrededor del borde del sillón, tensionan¬do los músculos al tiempo que aferraba la esquina para mantener el cuerpo en su lugar. Calma, necesitaba conservar la calma. Pron¬to terminaría, y entonces sería libre.
Cuando Marissa levantó la cabeza diez minutos después, él se irguió de un salto y aplacó la ansiedad caminando, sintien¬do un alivio enfermizo porque no podía moverse. En cuanto se sosegó, se acercó a la hembra. Estaba saciada, absorbiendo la fuer¬za que la embargaba a medida que su sangre se mezclaba. A él no le agradó verla en el suelo, de modo que la levantó, y estaba pen¬sando en llamar a Fritz para que la llevara a la casa de su herma¬no, cuando unos rítmicos golpes sonaron en la puerta.
Wrath se volvió a mirar al otro lado de la habitación, la trasladó a la cama y allí la recostó.
-Gracias, mi señor -murmuró ella-. Volveré, a casa por mis propios medios. Él hizo una pausa, y luego colocó una sábana sobre las piernas de la vampiresa antes de abrir la puerta de golpe.
Fritz estaba muy agitado por algo.
Wrath salió, cerrando la puerta tras de sí. Estaba a punto de preguntar qué demonios podía justificar tal interrupción, cuan¬do el olor del mayordomo impregnó su irritación.
Supo, sin preguntar, que la muerte había hecho otra visita. Y Darius había desaparecido.
-Señor...
-¿Cómo ha sido? -gruñó. Ya se ocuparía del dolor más tarde. Primero necesitaba detalles.
-Ah, el coche... -Estaba claro que el mayordomo tenía problemas para conservar la calma, y su voz era tan débil y que¬bradiza como su viejo cuerpo-. Una bomba, no señor. El coche... Al salir del club. Tohrment ha llamado. Lo vio todo. Wrath pensó en el restrictor que había eliminado. Deseó saber si había sido él quien había perpetrado el atentado. Aquellos bastardos ya no tenían honor. Por lo menos sus precursores, desde hacía siglos, habían luchado como guerre¬ros. Esta nueva raza estaba compuesta por cobardes que se es¬condían detrás de la tecnología.

-Llama a la Hermandad-vociferó--. Diles que ven¬gan de inmediato.
-Sí, por supuesto. Señor... Darius me pidió que le diera esto -el mayordomo extendió algo-, si usted no estaba con él cuando muriera.
Wrath cogió el sobre y regresó al aposento, sin poder ofre¬cer compasión alguna ni a Fritz ni a nadie. Marissa se había mar¬chado, lo cual era bueno para ella.
Metió la última carta de Darius en el bolsillo de su pan¬talón de cuero.
Y dio rienda suelta a su ira.
Las lámparas explotaron y cayeron hechas añicos mientras un torbellino de ferocidad giraba a su alrededor, cada vez más fuerte, más rápido, más oscuro, hasta que el mobiliario se elevó del suelo trazando círculos alrededor del vampiro. Echó hacia atrás la cabeza y rugió.

Capítulo 4

Cuando el taxi dejó a Beth frente a Scramer's, la escena del crimen se encontraba en plena actividad. Destellos de lu¬ces azules y blancas salían de los coches patrulla que bloqueaban el acceso al callejón. El cuadrado vehículo blindado de los artificieros va había llegado. El lugar estaba atestado de agentes tanto de unifor¬me como vestidos de civil. Y la habitual multitud de curiosos ebrios, se había adueñado de la periferia del escenario fumando y charlando. En todos los años que llevaba como reportera, había des¬cubierto que un homicidio era un acontecimiento social en Cald¬well. Evidentemente Para todos menos para el hombre o mujer que había muerto. Para la víctima, imaginaba, la muerte era un asunto bastante solitario, aunque hubiese visto frente a frente la cara de su asesino. Algunos puentes hay que cruzarlos solos, sin importar quién nos empuje por el borde.
Beth se cubrió la boca con la manga. El olor a metal que¬mado, un punzante hedor químico, invadió su nariz.
-¡Oye, Beth! -Uno de los agentes le hizo senas-. Si quieres acercarte más, entra a Screamer's y sal por la puerta tra¬sera. Hay un corredor...
-De hecho, he venido a ver a José. ¿Está por aquí? El agente estiró el cuello, buscando entre la multitud. -Estaba aquí hace un minuto. Tal vez haya vuelto a la co¬misaría. ¡Ricky! ¿Has visto a José?
Butch O'Neal se paró frente a ella, silenciando al otro po¬licía con una sombría mirada.
-Vaya sorpresa.
Beth dio un paso atrás. El Duro era un buen espécimen de hombre. Cuerpo grande, voz grave, presencia arrolladora. Supo¬nía que muchas mujeres se sentirían atraídas por él, porque no podía negar que era bien parecido, de una manera tosca, ruda. Pero Beth nunca había sentido saltar una chispa.
No es que los hombres no le hicieran sentir nada, pero aquel hombre, en concreto, no le interesaba.
-Y bien, Randall, ¿qué te trae por aquí? -Se llevó un tro¬zo de chicle a la boca y arrugó el papel formando una bolita. Su mandíbula se puso a trabajar como si estuviera frustrado; no mas¬ticaba, machacaba.
-Estoy aquí por José. No por el crimen.
-Claro que sí. -Entrecerró los ojos. Con sus cejas de co¬lor castaño y sus ojos profundos, parecía siempre un poco enfa¬dado, pero, bruscamente, su expresión empeoró-. ¿Puedes venir conmigo un segundo?
-En realidad necesito ver a José...
EI le sujeto el brazo con un fuerte apretón.
-Sólo ven aquí. -Butch la llevó a un rincón aislado del callejón, lejos del bullicio-. ¿Qué diablos te ha pasado en la cara?
Ella alzó la mano y se cubrió el labio herido. Todavía de¬bía de estar conmocionada, porque se había olvidado de todo. -Repetiré la pregunta -dijo-. ¿Qué diablos te ha pa¬sado?
-Yo, eh... -La garganta se le cerró-. Estaba... -No iba a llorar. No delante del Duro-. Necesito ver a, José.
-No está aquí, así que no podrás contar con él. Ahora habla.
Butch le inmovilizó los brazos a los lados, como si pre¬sintiera que podía salir corriendo. Él medía sólo unos pocos cen¬tímetros más que ella, pero la retenía con 30 kilos de músculo por lo menos.
El miedo se instaló en su pecho corno si quisiera perfo¬rarla, pero ya estaba harta de ser maltratada físicamente esa noche.
-Retírate, O'Neal - Colocó la palma de la mano en el pecho del hombre y empujó. El se movió un poco.
-Beth, dime...
-Si no me sueltas... -su mirada sostuvo la de él-, voy a publicar un artículo sobre tus técnicas de interrogatorio. Ya sa¬bes, las que necesitan rayos X y escayola cuando has terminado.
Los ojos de O'Neal se entrecerraron de nuevo. Apartó los brazos de su cuerpo y levantó las manos como si se estuviera rin¬diendo.
-Está bien. -La dejó y regresó a la escena del crimen. Beth apoyó la espalda contra el edificio, y sintió que sus piernas flaqueaban. Miró hacia abajo, tratando de reunir fuerzas, y vio algo metálico. Dobló las rodillas y se inclinó. Era una es¬trella arrojadiza de artes marciales.
-¡Oye, Ricky! -llamó. El policía se acercó, y ella seña¬ló al suelo-. Pruebas.
Le dejó hacer su trabajo y se dirigió a toda prisa a la calle Trade para coger un taxi. Simplemente, ya no podía soportarlo más.
Al día siguiente presentaría una denuncia oficial con José. A primera hora de la mañana.
Cuando Wrath reapareció en el salón, había recuperado el con¬trol. Sus armas estaban en sus respectivas fundas y su chaqueta pesaba en la mano, llena de las estrellas arrojadizas y cuchillos que le gustaba utilizar.
Tohrment fue el primero de la Hermandad en llegar. Te¬nía los ojos encendidos, el dolor y la venganza hacían que el azul oscuro brillara de manera tan vívida que incluso Wrath pudo cap¬tar el destello de color.
Mientras Tohr se recostaba contra una de las paredes ama¬rillas de Darius, Vishous entró en la habitación. La perilla que se había dejado crecer hacía poco y daba un aspecto más siniestro de lo habitual, aunque era el tatuaje alrededor de su ojo izquierdo lo que realmente lo situaba en el campo de lo te¬rrorífico. Esa noche tenía bien calada la gorra de los Red Sox y las complejas marcas de las sienes casi no se veían. Como siem¬pre, su guante negro de conductor, que usaba para que su mano izquierda no entrara en contacto con nadie inadvertidamen¬te, estaba en su lugar.
Lo cual era algo bueno. Un maldito servicio público.
Le siguió Rhage. Había suavizado su actitud arrogante co¬mo deferencia al motivo de la convocatoria de aquella reunión. Rhage era un macho muy alto, enorme, poderoso, más fuerte que el resto de los guerreros. También era una leyenda sexual en el mundo de los vampiros, apuesto como un galán de cine y con un vigor capaz de rivalizar con un rebaño de sementales. Las hem¬bras, tanto vampiresas como humanas, pisotearían a sus propias crías para llegar a él.
Por lo menos hasta que vislumbraran su lado oscuro. Cuan¬do la bestia de Rhage salía a la superficie, todos, hermanos in¬cluidos, buscaban refugio y empezaban a rezar.
Phury era el último. Su cojera resultaba casi impercepti¬ble. Su pierna ortopédica había sido reemplazada hacía poco, y ahora estaba compuesta por una aleación de titanio y carbono de última tecnología. La combinación de barras, articulaciones y per¬nos estaba atornillada a la base del muslo derecho.
Con su fantástica melena de cabellos multicolores, Phury hubiera debido estar acompañado de actrices y modelos, pero se había mantenido fiel a su voto de castidad. Sólo había sitio para un único amor en su vida, Y éste lo había estado matando lenta¬mente durante años.
-¿Dónde está tu gemelo? -preguntó Wrath. -Z está de camino.
El que Zsadist llegara el último no era ninguna sorpresa. Z era un gigantesco y violento peligro para el mundo. Un maldito bastardo que blasfemaba a todas horas y que llevaba el odio, especialmente hacia las hembras, a nuevos niveles. Por fortuna, entre su cara cubierta de cicatrices y, su cabello cortado al rape, tenía un aspecto tan aterrador como realmente era, de modo que la gente solía apartarse de su camino.
Raptado de su familia cuando era un niño, había acaba¬do como esclavo de sangre, y el maltrato a manos de su ama ha¬bía sido brutal en todos los sentidos. A Phury le había lleva do casi un siglo encontrar a su gemelo, y Z había sido torturado hasta el punto de que fue dado por muerto antes de ser resca¬tado.
Una caída en el salado océano había grabado las heridas en la piel de Zsadist, y además del laberinto de cicatrices, aún exhibía los tatuajes de esclavo, así como varios piercings que él mismo había añadido, sólo porque le gustaba la sensación de dolor.
Con toda certeza, Z era el más peligroso de los miembros de la Hermandad. Después de lo que había soportado, no le im¬portaba nada ni nadie. Ni siquiera su hermano.
Incluso Wrath protegía su espalda en presencia de aquel guerrero.
Sí, la Hermandad de la Daga Negra era un grupo diabó¬lico. Lo único que se interponía entre la población de vampiros civiles y los restrictores.
Cruzando los brazos, Wrath paseó la mirada por la habi¬tación, observando a cada uno de los guerreros, pensando en sus fuerzas, pero también en sus maldiciones.
Con la muerte de Darius, recordó que, aunque sus gue¬rreros estaban propinando duros golpes a las legiones de asesi¬nos de la Sociedad, había muy pocos hermanos luchando con¬tra una inagotable y autogeneradora reserva de restrictores.
Porque Dios era testigo de que había muchos humanos con interés y aptitudes para el asesinato.
La balanza simplemente no se inclinaba a favor de la ra¬za. Él no podía eludir el hecho de que los vampiros no vivían eternamente, que los hermanos podían ser asesinados y que el equilibrio podía romperse en un instante a favor de sus ene-migos.
Demonios, el cambio va había comenzado. Desde que el Omega había creado la Sociedad Restrictiva hacía una eternidad, el número de vampiros había disminuido de tal manera que sólo quedaban unos cuantos enclaves de población. Su especie ro¬zaba la extinción. Aunque los hermanos fueran mortalmente buenos en lo que hacían.
Si Wrath hubiera sido otra clase de rey, como su padre, que deseaba ser el adorado y reverenciado por parte de las familias de la especie, quizás el futuro hubiera sido más prometedor. Pero él no era como su padre. Wrath era un luchador, no un líder, 'v se desenvolvía mejor con una daga en la mano que sentado, siendo objeto de adoración.
Se concentró de nuevo en los hermanos. Cuando los gue¬rreros le devolvieron la mirada, se notaba que esperaban sus ins¬trucciones. Y aquella consideración lo puso nervioso.
-Me he tomado la muerte de Darius como un ataque per¬sonal -dijo.
Hubo un sordo gruñido de aprobación entre sus compa¬ñeros.
Wrath sacó la cartera y el móvil del miembro de la Socie¬dad Restrictiva que había matado.
-Esto lo llevaba un restrictor que ha tropezado conmigo esta misma noche detrás de Screamer's. ¿Quién quiere hacer los honores?
Los lanzó al aire. Phury atrapó ambos objetos y pasó el te¬léfono a Vishous.
Wrath empezó a caminar de un lado a otro. -Tenemos que salir de cacería de nuevo.
-Tienes toda la razón -gruñó Rhage. Hubo un movi¬miento metálico y luego el sonido de un cuchillo al clavarse en una mesa-. Tenemos que atraparlos donde entrenan, donde viven.
Lo cual significaba que los hermanos tendrían que hacer un reconocimiento del terreno. Los miembros de la Sociedad Res¬trictiva no eran estúpidos. Cambiaban su centro de operaciones con regularidad, trasladando constantemente sus instalaciones de reclutamiento y entrenamiento de un lugar a otro. Por este mo¬tivo, los guerreros vampiros consideraban que era más eficaz ac¬tuar como señuelos y luchar contra todo aquel que acudiera a ata¬carlos.
Ocasionalmente, la Hermandad había realizado algunas incursiones, matando a docenas de restrictores en una sola no¬che. Pero esa clase de táctica ofensiva era rara. Los ataques a gran escala eran eficaces, pero también llevaban aparejadas algunas di¬ficultades. Los grandes combates atraían a la policía, y tratar de pasar inadvertidos era vital para todos.
-Aquí hay un permiso de conducir -murmuró Phury-. Investigaré la dirección. Es local.
-¿Qué nombre figura? -preguntó Wrath. -Robert Strauss.
Vishous soltó una maldición mientras examinaba el telé¬fono.
-Aquí no hay mucho. Sólo alguna cosa en la memoria de llamadas, unas marcaciones automáticas. Averiguaré en el orde¬nador quién ha llamado y qué números se marcaron.
Wrath rechinó los dientes. La impaciencia y la ira eran un cóctel difícil de digerir.
-No necesito decirte que trabajes lo más rápido posible. No hay manera de saber si el restrictor que he eliminado esta no¬che ha sido el autor de la muerte de Darius, así que pienso que tenemos que limpiar completamente toda la zona. Hay que ma¬tarlos a todos, sin importarnos los problemas que pueda plan¬tearnos.
La puerta principal se abrió de golpe, y Zsadist entró en la casa.
Wrath lo miró sardónico.
-Gracias por venir, Z. ¿Has estado muy ocupado con las hembras?
-¿Qué tal si me dejaras en paz?
Zsadist se dirigió a un rincón y permaneció alejado del resto.
-¿Dónde vas a estar tú, mi señor?-preguntó Tohrment suavemente.
El bueno de Tohr. Siempre tratando de mantener la paz, ya fuera cambiando de tema, interviniendo directamente o, sim¬plemente, por la fuerza.
-Aquí. Permaneceré aquí. Si el restrictor que mató a Da¬rius está vivo e interesado en jugar un poco más, quiero estar disponible y fácil de encontrar.
Cuando los guerreros se fueron, Wrath se puso la chaqueta. Se dio cuenta entonces de que todavía no había abierto el sobre de Darius, y lo sacó del bolsillo. Había una franja de tinta escrita en él. Wrath imaginó que se trataba de su nombre. Abrió la solapa. Mientras sacaba una hoja de papel color crema, una fo¬tografía cayó revoloteando al suelo. La recogió y tuvo la vaga im¬presión de que la imagen poseía un cabello largo y negro. Una hembra.
Wrath miró fijamente el papel. Era una caligrafía continua, un garabateo ininteligible y borroso que no tenía esperanza de descifrar, por mucho que entornara los ojos.
-¡Fritz! -llamó.
El mayordomo llegó corriendo. -Lee esto.
Fritz tomó la hoja y dobló la cabeza. Leyó en silencio. -¡En voz alta! -rugió Wrath.
-Oh. Mil perdones, amo. -Fritz se aclaró la garganta¬. Si no he tenido tiempo de hablar contigo, Tohrment te propor¬cionará todos los detalles. Avenida Redd, número 11 88, apartamento 1-B. Su nombre es Elizabeth Randall. Posdata: La casa y Fritz son tuyos si ella no sobrevive a la edad adulta. Lamento que el final haya llegado tan pronto D. -Hijo de perra-murmuró Wrath.